Reboté sobre el terreno gris y polvoriento hacia la enorme cúpula de la Burbuja Conrad. Su esclusa de aire, bordeada de luces rojas, se alzaba a una distancia inquietantemente lejana.
Es difÃcil correr con un centenar de kilos de material encima, incluso en la gravedad lunar. Aun asÃ, te sorprenderÃa la prisa que puedes darte cuando te juegas la vida.
Bob corrÃa detrás de mÃ. Su voz sonó en la radio.
—¡Deja que conecte mis depósitos a tu traje!
—Solo conseguirás morir tú también.
—La fuga es enorme. —Resopló—. Veo el gas saliendo de tus depósitos.
—Gracias por los ánimos.
—Soy patrón EVA —dijo Bob—. Para ahora mismo y deja que pruebe una conexión cruzada.
—Negativo. —Seguà corriendo—. He oÃdo un pum justo antes de la alarma de filtración. Fatiga de metales. Tiene que ser la junta de la válvula. Si te conectas pincharás tu tubo en un borde afilado.
—¡Estoy dispuesto a correr el riesgo!
—Yo no estoy dispuesta a dejarte —dije—. ConfÃa en mà en esto, Bob. Conozco el metal.
Empecé a dar zancadas largas, incluso saltos. SentÃa que me desplazaba como a cámara lenta, pero era la mejor manera de moverme con todo ese peso. El monitor de avisos de mi casco decÃa que la esclusa de aire estaba a cincuenta y dos metros de distancia. Miré la pantallita del brazo. Mi reserva de oxÃgeno se desplomó mientras observaba. Asà que dejé de mirar.
Las zancadas largas dieron resultado. Estaba yendo a toda leche. Hasta dejé atrás a Bob, y él es el patrón de actividades extravehiculares con más talento de la Luna. Este es el truco: añade más impulso hacia delante cada vez que toques el suelo. Aunque eso también significa que cada salto es complicado. Si la cagas, te caes de morros y te deslizas por el suelo. Los trajes espaciales son resistentes, pero es mejor no triturarlos contra el regolito.
—¡Estás yendo demasiado deprisa! ¡Si tropiezas puedes partir la visera!
—Mejor que respirar el vacÃo —dije—. Me quedan unos diez segundos.
—Voy muy por detrás —dijo—. No me esperes.
No me di cuenta de lo deprisa que estaba yendo hasta que las placas triangulares de Conrad llenaron mi visión. Estaban creciendo con mucha rapidez.
—¡Mierda!
No habÃa tiempo para frenar. Di un salto final y añadà una voltereta adelante. Lo sincronicé bien —más por suerte que por capacidad— e impacté en la pared con los pies. De acuerdo, Bob tenÃa razón. Estaba yendo demasiado deprisa.
Caà al suelo, pero conseguà levantarme y me agarré a la manivela de cierre de la escotilla.
Me zumbaron los oÃdos. Las alarmas atronaron en el interior de mi casco. El depósito estaba en las últimas y ya no podÃa contrarrestar más la filtración.
Empujé la escotilla y caà en el interior. Jadeé en busca de aire y se me nubló la visión. Cerré la escotilla de una patada, alcancé el depósito de emergencia y arranqué el regulador.
La parte superior del depósito salió volando y el aire anegó el compartimento. Salió demasiado deprisa, la mitad de él licuado en una bruma de partÃculas por el enfriamiento que se produce con la expansión rápida. Caà al suelo, al borde del desmayo.
Recuperé un poco el aliento y contuve las ganas de vomitar. No estaba ni mucho menos acostumbrada a semejante esfuerzo. Empecé a sentir un dolor de cabeza por privación de oxÃgeno que me acompañarÃa durante unas cuantas horas como mÃnimo. Me las habÃa ingeniado para sufrir mal de altura en la Luna.
El silbido se convirtió en un goteo, luego terminó.
Bob llegó por fin a la escotilla. Lo vi mirar al interior a través de la ventanita redonda.
—¿Estatus? —preguntó por radio.
—Consciente —dije, jadeando.
—¿Puedes ponerte de pie? ¿O pido asistencia?
Bob no podÃa entrar sin matarme: yo estaba tumbada en la esclusa de aire con un traje defectuoso. Sin embargo, cualquiera de las dos mil personas que habitaban en el interior de la ciudad podÃa abrir la esclusa desde el otro lado y arrastrarme dentro.
—No hace falta.
Me puse a gatas, luego de pie. Me estabilicé contra el panel de control e inicié el proceso de limpieza. Propulsores de aire de alta presión descargaron sobre mà desde todos los ángulos. Revoloteó polvo lunar gris por toda la esclusa, pero enseguida fue absorbido por los filtros de ventilación de la pared.
Después de la limpieza, la puerta interior de la esclusa de aire se abrió automáticamente.
Entré en la antecámara, volvà a cerrar y me derrumbé en un banco.
Bob llevó a cabo el ciclo de la esclusa de aire de la manera normal, sin la utilización dramática del depósito de emergencia (que ahora habrÃa que sustituir, por cierto), solo el método habitual de bombas y válvulas. Después de su ciclo de limpieza, se reunió conmigo en la antecámara.
Ayudé a Bob a quitarse el casco y los guantes sin decir nada. Nunca tienes que dejar que alguien se quite el traje solo. Se puede hacer, claro, pero es un incordio. Hay una tradición en estas cosas. Bob me devolvió el favor.
—Bueno, vaya putada —dije cuando me levantó el casco.
—Casi te mueres. —Se desembarazó de su traje—. DeberÃas haber escuchado mis instrucciones.
Me retorcà para terminar de quitarme el traje y miré la parte de atrás. Señalé un trozo de metal recortado que habÃa sido una válvula.
—Ha estallado la válvula. Lo que te he dicho. Fatiga de metales.
Bob miró la válvula y asintió.
—Vale. TenÃas razón en rechazar la conexión cruzada. Bien hecho. Pero, aun asÃ, esto no deberÃa haber ocurrido. ¿De dónde demonios sacaste ese traje?
—Lo compré de segunda mano.
—¿Por qué compras un traje usado?
—Porque no podÃa pagar uno nuevo. Casi no tenÃa dinero suficiente para uno usado y sois tan capullos que no me dejaréis unirme al gremio hasta que tenga un traje.
—DeberÃas haber ahorrado para uno nuevo.
Bob Lewis es un antiguo marine de Estados Unidos que no se anda con tonterÃas. Más importante, es el preparador principal del gremio EVA. Responde ante el jefe del gremio, pero Bob y solo Bob determina tu aptitud para convertirte en miembro. Y si no eres miembro, no estás autorizado a hacer actividades extravehiculares en solitario ni a dirigir grupos de turistas en la superficie. Asà funcionan los gremios. Cretinos.
—Bueno. ¿Qué tal lo he hecho?
Bob resopló.
â