El caso Somoza
Los ojos. Lo que más le impresionaba eran esos ojos inexpresivos que parecÃan dos botones de plástico cosidos al rostro de un osito de peluche. Connor hizo caso omiso del historial que estaba en la carpeta que sostenÃa el residente de primer año. La mujer cerró los ojos. ParecÃa dormida, pero Connor sabÃa que estaba fingiendo. Desvió la mirada hacia las vendas de alrededor de las muñecas.
—LÃa Somoza. Mujer. Cuarenta años...
La voz del residente sacó a Connor de su ensimismamiento.
—¿LÃa Somoza?
—SÃ.
—¿Esta mujer no era paciente del doctor Valiño? —Apenas habÃa acabado la frase y Connor ya se estaba arrepintiendo de haber hablado delante de ella. Seguro que, bajo esos párpados, bajo esos ojos muertos, ella estaba pensando que no le interesaba quién era su médico. Que ni siquiera eso tenÃa. Alguien que se hiciera cargo de ella.
Connor elevó el dedo Ãndice, para hacer callar al residente y le indicó con un gesto que saliese de la habitación. Lo siguió. Una vez fuera, le quitó la carpeta de las manos.
—¿Dónde está Valiño?
—TenÃa una reunión con gente de la ConsejerÃa. Dijo algo de unos protocolos de nueva implantación. Me dijo también que hablase con usted para pedirle que se hiciera cargo de esta paciente. Está muy preocupado por el alboroto de este caso.
—¿Y te manda a ti para decÃrmelo? Mierda. Tú quédate aquÃ. Revisa su medicación. Súbele la dosis si ves que no duerme. En este momento es mejor que descanse. Toma el historial. Me lo dejas en mi despacho en cuanto acabes, por favor. Yo voy a hablar con Valiño.
Connor bajó las escaleras a toda velocidad. Estaba harto de estas cosas de Adrián. No le importaba ocuparse de los casos complicados, pero estaba cansado de que no lo avisase. De que dispusiese de su tiempo sin consultarle. De nuevo le vino a la cabeza el rostro de la mujer. Sus ojos. Precisamente este caso. No. No iba a consentir que lo cargasen con esto. Este caso tenÃa que llevarlo Adrián. Para algo era el jefe de servicio.
—¡Brennan!
Connor dio media vuelta y vio a Adrián corriendo tras él.
—Mira, Valiño, esto no va a quedar asÃ. ¿Cómo se te ocurre? ¿Este caso? ¿Te has vuelto loco?
—Espera solo un minuto.
—No espero nada. Voy a hacer lo mismo que tú. Primero me pasas el caso sin decÃrmelo, dejando que me informe un residente de primer año, y después me lo pides. Asà que voy a hacer lo mismo: te devuelvo el caso. Y ahora que ya lo sabes; si quieres, te explico los motivos.
—¡TranquilÃzate! ¡Yo no puedo atenderla! De verdad que no. No serÃa ético. Soy Ãntimo de su cuñado. Y no estamos hablando de una paciente cualquiera. Ya ha venido la policÃa dos veces. Estoy frenando los interrogatorios. Y me da miedo que se malinterpreten mis intenciones.
En la escalera, dos mujeres que conversaban se les quedaron mirando. Adrián se calló de golpe.
—Mejor vamos a tu despacho —dijo Connor.
Adrián asintió y bajó deprisa las escaleras. Adrián era lo más parecido a un amigo que Connor tenÃa en Santiago. Se habÃan conocido en la facultad, pero no habÃan llegado a intimar; después, él habÃa vuelto a Irlanda y habÃan perdido el contacto. Cuando regresó a Galicia, hacÃa tres años, se habÃa encontrado bastante solo en Santiago, y Valiño era un buen compañero. Algo prepotente, incluso pesado a veces, pero, a fin de cuentas, siempre le echaba una mano cuando se lo pedÃa. Connor solÃa jugar al pádel con él los jueves y de vez en cuando quedaban para tomar una cerveza. Le gustaba estar con él. Fuera del trabajo. En el hospital tenÃa esa maldita costumbre de organizarlo todo según le convenÃa, sin pararse a pensar en los demás.
Entraron en el despacho y Adrián cerró la puerta.
—Tienes que ocuparte del caso. Ha intentado suicidarse tan solo unos dÃas después del asesinato de su sobrina.
—Lo sé. Y ese asesinato es el acontecimiento más mediático de esta ciudad desde el caso de la niña Asunta. No me importa ayudar a esa mujer, pero tú sabes mejor que yo lo que eso supone: aguantar a la poli, preparar un informe pericial para el futuro juicio e incluso hacer declaraciones a la prensa.
—Yo me quedo con la prensa. Prometido. Leo los comunicados en tu nombre. Y pediré a la gerencia del hospital que se encargue de hablar con la policÃa. Alegaremos secreto profesional.
—No hay nada que alegar. El secreto profesional se sobreentiende. Sigo diciendo que deberÃas ocuparte tú del caso. Es una tentativa de suicidio. Tú eres el especialista.
—¿Es que no me escuchas? Soy amigo de Teo Alén. Estudiamos juntos hasta COU. Fui a su boda con Sara. Joder, hasta me habÃan invitado a la cena de San Juan en su casa la noche del asesinato. No fui porque estaba en el congreso de Mérida. ¿Sabes a quién llamó Teo cuando encontraron a la niña? A mÃ. No puedo ocuparme de este caso.
—Desde un punto de vista estricto, nada te impide tratar a la mujer.
—Esa mujer, al igual que las otras cinco personas que estaban en esa casa la noche de San Juan, es sospechosa de asesinato. De hecho, si lees la prensa, tras su tentativa de suicidio es la principal sospechosa. Soy amigo de la familia. ¿Aún no entiendes que tienes que atenderla tú?
—¿Crees que fue ella?
—¿Qué carallo de pregunta es esa? Conozco a las gemelas Somoza desde hace años. LÃa es la artista de la familia. No te llega el sueldo del mes para comprarte un cuadro suyo. Como buena artista, es un poco excéntrica, siempre está un tanto ida y tiene antecedentes de depresión. Algo controlado. Por supuesto que no creo que matase a la niña. Pero en esa casa solo habÃa seis personas. Y una de ellas tuvo que hacerlo.
—Si me ocupo del caso, ¿me aseguras que no tendré presiones ni interferencias en el tratamiento? Vengo de esa habitación. Hay mucho trabajo que hacer.
—No hay opción, Brennan. Te ocupas del caso sà o sÃ. No hay otro médico capaz de recuperar a LÃa.
—Hay un montón de médicos en este hospital.
—Connor...
—Está bien. Pero te sientas conmigo y me cuentas todo lo que sabes de LÃa Somoza, de sus antecedentes, de la relación con su hermana y su cuñado. Me cuentas todo sobre esas depresiones que dices que tenÃa tan controladas. Y no te callas nada. ¿Está claro?
—¿Nada?
—Nada.
—Entonces te diré la verdad.
—¿Qué verdad? ¿Me estás ocultando algo?
—No te oculto nada. Si supiese algo, ya se lo habrÃa dicho a la policÃa. Pero no es cierto que crea en su inocencia. No puedo evitar pensar que algo no funciona bien dentro de ella. No sé. Es posible que algo hiciese crac en su mente. Desde que pasó esto no puedo parar de pensar que quizá fue ella la que cogió un cuchillo y le rebanó el cuello a su sobrina. No sé por qué. Pero lo pienso. Pienso que fue ella la que lo hizo, porque es la única explicación posible. Creo que fue ella, sÃ. Pero no conseguirás que repita esto delante de nadie.
Secreto profesional
—Hay un hombre fuera que pregunta por usted, doctor Brennan.
—¿Un visitador médico? Que venga sobre las dos.
—Dice que es policÃa.
Ya tardaban. Maldijo por lo bajo. Le entraron ganas de descolgar el teléfono y marcar la extensión de Adrián para que fuese; a fin de cuentas, le habÃa dicho que él se encargarÃa de la prensa y de la policÃa.
—DÃgale que pase, por favor.
Mientras esperaba al hombre reparó en la carpeta que habÃa encima de su mesa y le dio la vuelta casi sin pensarlo, de manera que la etiqueta con el nombre del paciente quedó hacia abajo. La noche anterior se habÃa llevado a casa la historia clÃnica de LÃa Somoza. Le habÃa decepcionado su contenido. Apenas habÃa constancia de un par de consultas con Adrián: cuadro depresivo, resuelto con la medicación común en esos casos. Nada destacable, hasta lo de la tentativa de suicidio. Desde el ingreso, aún no habÃan conseguido que hablase.
—Buenos dÃas, soy Santi Abad. Inspector de policÃa.
El hombre entró sin llamar a la puerta. Era más joven de lo que habÃa imaginado. De hecho, no parecÃa policÃa. VestÃa una cazadora y unos pantalones vaqueros y llevaba el pelo rapado.
—Buenos dÃas, inspector. Pase. Sé por qué viene, pero me temo que no puedo complacerlo.
—Aún no le he pedido nada.
—Ya, pero creo que viene para interrogar a LÃa Somoza. Imagino que le han informado que yo soy su médico. Y si es asÃ, voy a tener que pedirle que espere hasta que mi paciente se encuentre en condiciones de hablar con ustedes.
—¿Y se puede saber cuándo será eso?
—Eso será cuando yo, y solo yo, lo considere conveniente. Y tenga claro que hasta que no esté seguro de que esa conversación con usted no alterará el equilibrio emocional de LÃa Somoza, no tendrá lugar.
Mientras hablaba, Connor se dio cuenta de que el policÃa tenÃa un tatuaje en la cara interna de la muñeca. Una pequeña ancla.
—En esa casa habÃa seis personas. Solo una de ellas pudo asesinar a Xiana Alén. —El policÃa sacó el móvil del bolsillo de la cazadora. Presionó la pantalla con el dedo Ãndice y se lo tendió—. Por si acaso no se hace idea de lo que le hicieron a esa niña.
Lo dijo mientras iba deslizando el dedo sobre la pant