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Muchos años antes…
Cariño, nos vamos un rato al parque, ¿vale?
Blanca alzó la vista del peluche que tenÃa entre las manos y observó a su madre, que llevaba en las suyas una camiseta infantil y una faldita rosa que a ella no le gustaban nada. Sin embargo, no protestó. Era una niña obediente. También bastante seria y silenciosa. Se pasaba las horas en su dormitorio, con sus juguetes, hablando con ellos y consigo misma. No le gustaba mucho ir al parque. Nunca conseguÃa conectar con los otros chiquillos. Se quedaba apartada mirando cómo saltaban a la comba o jugaban al escondite. Casi nunca la invitaban a unirse a ellos. Además, allà a veces también iba él. Ese niño que le habÃa dado alguna patada en el trasero y que un dÃa le gritó que era la más fea de la escuela.
Se dejó hacer mientras su madre la vestÃa con esa ropa y le peinaba luego la larga melena hasta que le quedó lisa. Ya por ese entonces Blanca tenÃa un cabello bastante difÃcil de dominar.
—Quiero que conozcas a alguien.
—¿A quién? —preguntó la niña mientras toqueteaba la nariz del peluche con nerviosismo.
—A un niño y a su mamá. Ya verás, son muy simpáticos. Te van a gustar.
—¿Puede venir Señor Lobo? —Zarandeó el muñeco.
—Que se quede aquà hoy. ¡Podrás jugar mucho con ese niño!
—A lo mejor él no quiere jugar conmigo.
—¿Por qué dices eso? —Su madre se agachó y la miró con expresión seria.
Blanca desvió la mirada y se encogió de hombros. En realidad, MarÃa era consciente de que su hija era, en cierto modo, distinta a los demás crÃos. Ya desde muy pequeña, según le habÃan explicado las maestras, le costaba relacionarse con los otros niños del colegio y, al parecer, se pasaba las horas en clase dibujando tonterÃas en los cuadernos o, simplemente, distraÃda con mirada soñadora. A MarÃa le preocupaba. Su marido era asà desde que se conocieron de jóvenes: serio, taciturno, callado, muy nervioso. Como Blanca. A veces incluso tenÃa tics. Y lo que ella querÃa era que su hija se animara, se divirtiera y se riera. Le costaba tanto… Casi nunca veÃa una sonrisa en su carita.
—Cojo el bolso y nos vamos.
Cinco minutos después tres figuras bajaron en el ascensor. La tercera era Javier, el hermano menor de Blanca, quien por ese entonces tan solo era un bebé. A él tampoco le prestaba demasiada atención, y a MarÃa le inquietaba que tuviera celos, aunque los médicos le aseguraban que se debÃa a que su hija era «un poco cerrada». Al salir a la calle se toparon con un espléndido sol. La mujer se hizo visera con una mano para protegerse los ojos y sonrió.
—¿Has visto qué fantástica tarde?
Blanca asintió con semblante serio y MarÃa chascó la lengua. Cualquier otra niña de su edad se sentirÃa eufórica por conocer a un chiquillo con quien jugar y se pondrÃa a dar brincos bajo ese maravilloso sol. La cogió de la mano y se dirigieron al parque, con el cochecito de Javi por delante. Mientras esperaban en el semáforo la algarabÃa infantil llegó hasta sus oÃdos.
—¿No quieres saber cómo se llama el niño al que vas a conocer? —le preguntó MarÃa.
De nuevo, Blanca se encogió de hombros en un gesto de indiferencia. Su madre suspiró. El pedagogo de la escuela le habÃa aconsejado que intentara relacionar a la pequeña con alguien nuevo. La llegada de esa mujer y su hijo al pueblo era una excelente oportunidad. Ella misma se llevaba genial con Nati. En poco tiempo habÃan hecho buenas migas.
Entraron en el parque y caminaron hasta la zona infantil. Pasaron por el corrillo de unas compañeras de Blanca. Las niñas detuvieron su juego y las miraron. MarÃa apreció que su hija se encogÃa un poco, pero no quiso darle mucha importancia. Además, habÃa divisado a lo lejos a su nueva amiga y a su hijo en un banco.
—¡Hola! —exclamó al llegar.
—¿Qué tal, MarÃa? —Nati se levantó mientras el crÃo se quedaba sentado, observando la escena con gesto risueño.
—Muy bien. ¿Y vosotros?
—TodavÃa no habÃamos venido aquÃ, y eso que lo tenemos al lado. Es un parque muy bonito.
—Es perfecto tanto para los pequeños como para los adultos —coincidió MarÃa.
Blanca se encontraba al lado de su madre, cogiéndola de la mano con mucha fuerza. Conocer a personas nuevas, de la edad que fuera, la ponÃa nerviosa. Justo en ese instante, Nati desvió la atención de su hermanito y volvió la cabeza hacia ella.
—Tú debes de ser Blanca, ¿a que s�
Asintió en silencio cuando su madre le apretó ligeramente la mano.
—Yo soy Nati. Y este… —Señaló al niño que permanecÃa en el banco—. Este es mi hijo, Adri.
Blanca lo miró. TenÃa el cabello castaño oscuro y revuelto, un poco más largo que el resto de los niños que conocÃa. Dominaban su cara unos ojos grandes y redondos, brillantes. Se levantó y se acercó a ella. Y le dedicó una sonrisa.
—¿Por qué no vais a jugar mientras nosotras hablamos? —MarÃa soltó la mano de su hija, y esta intentó cogérsela de nuevo.
—Cuéntale a Blanca lo que te gusta hacer, Adri. —Nati dio un beso en la cabeza a su hijo. A continuación, ambas mujeres ocuparon el banco.
Blanca se quedó muy tiesa, retorciéndose las manos, sin saber qué hacer o decir. Adrián la miraba con curiosidad, también en silencio, pero después echó a caminar. Al ver que ella no lo seguÃa, le hizo un gesto para que lo acompañara. Una vez que se separaron de las madres el chiquillo le preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Casi diez. ¿Y tú?
—Once.
—Nunca te he visto en el cole.
—Yo no voy al tuyo. El tuyo es más pijo que el mÃo.
Sin poder evitarlo, Blanca esbozó una tenue sonrisa. Caminaron hasta dos columpios libres y se sentaron. Durante unos minutos callaron, pero ella se dio cuenta de que, a diferencia de lo que le sucedÃa siempre, le apetecÃa hablar con él.
—¿Qué es eso que decÃa tu madre?
—¿A qué te refieres? —El niño ladeó la cabeza hacia ella y la miró con el ceño fruncido.
—DecÃa que hay una cosa que te gusta hacer.
—¡Ah, sÃ! —Se rio. Y Blanca, por unos segundos, quiso ser capaz de reÃrse también de esa forma. Tan tranquila, tan inocente—. Me gusta tocar.
—¿Tocar? —Parpadeó sin entender.
—La guitarra.
La chiquilla abrió mucho los ojos y la boca, sorprendida. En clase de música tocaban la flauta, pero nada más. La guitarra la tocaban los cantantes famosos.
—¿Tienes una guitarra?
—SÃ, pero es muy vieja. Me la regaló mi abuelo.
Blanca no supo qué decir. En ocasiones envidiaba a las niñas de su clase, tan parlanchinas todas. A ella se le daba bien poner palabras sobre un papel, pero le costaba un mundo soltarlas por la boca. Tomó impulso y se balanceó en el columpio. Adrián hizo más de lo mismo.
—¡Puedo enseñártela algún dÃa! —exclamó él mientras se columpiaban.
—Vale —murmuró Blanca, y no tuvo claro si Adrián la habÃa escuchado.
Un par de minutos después el chiquillo aminoró un poco la velocidad del columpio y, sin detenerlo por completo, saltó. Blanca lo miró con fascinación y deseó poder imitarlo, aunque le daba miedo. Al final paró alzando una nube de polvo con los pies y se bajó también, preguntándose qué era lo que se proponÃa Adri.
—¿A qué quieres jugar? —le preguntó este.
Se encogió de hombros. Los juegos no le llamaban mucho la atención porque no se consideraba buena en ninguno. Era muy torpe saltando a la comba, corrÃa despacio y la pillaban siempre porque nunca sabÃa dónde esconderse.
—¿Hacemos como que somos cantantes famosos?
—Yo no sé cantar —murmuró Blanca.
—Pues canto yo y tú bailas —le propuso él.
—Tampoco sé.
Adrián alzó las cejas y la miró como si fuera un bicho raro. Blanca agachó la cabeza, pero, al levantarla, se topó con una sonrisa como la de antes. Amistosa, enorme, cálida. Y se sintió bien. Pensó que a ese niño no le molestarÃa que cantara o bailara mal.
—Vale, vamos a cantar —accedió.
—¿Te sabes alguna de Queen?
Blanca arqueó las cejas. ¿Quién era Queen? No habÃa oÃdo ese nombre nunca. Su madre le habÃa regalado por Navidad un casete de Bom Bom Chip!, y a ella le gustaba mucho una canción que se titulaba Miércoles que hablaba de una niña muy rara. En ocasiones también escuchaba a Laura Pausini y, a veces, a los BackStreet Boys, que estaban muy de moda.
—Vale, no lo sabes. —Adrián meditó durante unos segundos—. ¿Y Guns N’ Roses?
Blanca volvió a negar con la cabeza. Le dio miedo que él se enfadara y ya no quisiera jugar con ella. Sin embargo, Adri dijo:
—Pues elige tú una.
Con un poco de vergüenza, le propuso la de Bom Bom Chip!, pero Adrián no tenÃa ni idea de cómo sonaba. Para su sorpresa, le pidió que se la enseñara. Media hora después, sentados en el suelo, ambos tarareaban la canción. Cuando se cansaron se pusieron a jugar a piedra, papel o tijera. Él era mucho mejor que ella, todas las veces parecÃa adivinar lo que iba a sacar.
—¿Cómo es tener un hermano? —le preguntó el niño.
—No lo sé. ¿Tú no tienes?
—No. ¿Piensas que tu madre quiere más al bebé que a ti?
Blanca se encogió de hombros. Jamás se lo habÃa planteado. Ella también lo querÃa, por supuesto, pero nunca habÃa sabido cómo expresarlo. Y no era porque le molestara en absoluto. Simplemente no le salÃa cogerlo en brazos, aunque su madre siempre insistÃa en ello, ni tampoco hacerle carantoñas como veÃa que hacÃan las mujeres cuando paseaban por las calles. Javi era un bebé muy mono y sonriente, y eso a ella le provocaba desconcierto. Tan solo alguna noche, a escondidas, se acercaba a la cuna y le daba un beso, aspirando el olor a Nenuco y a polvos de talco que tanto le gustaba, y sentÃa en el pecho una sensación extraña, como de tranquilidad.
—A mà me encantarÃa tener uno —continuó Adri, que en ese momento hacÃa figuras con la tierra del parque—. Cogerlo, abrazarlo, besarlo, jugar con él.
Desde el banco, MarÃa, que observaba a los chiquillos, tenÃa por su parte también en el pecho una sensación de sosiego. Era la primera vez que veÃa charlar tanto a su hija. Es más, hasta habÃa esbozado alguna que otra sonrisa.
—Parece que se llevan bien, ¿no?
—Se me quita un peso de encima —respondió MarÃa, contenta—. Blanca no tiene demasiados amigos, que digamos. A decir verdad… nunca quiere jugar con los otros niños.
—Bueno, es que Adri no es como los otros. —A Nati se le oscureció el semblante—. Ha sufrido mucho y creo que, por eso, es bastante empático.
MarÃa cayó en la cuenta de que Nati no habÃa mencionado a su marido en las conversaciones que habÃan mantenido, y se preguntó si el sufrimiento del pequeño guardaba alguna relación con eso. No quiso interrogarla, pero su nueva amiga se explicó.
—Es que Adri no tiene padre.
—¿Eres madre soltera?
—Más o menos.
—¿Murió? —Al fin, la curiosidad venció a MarÃa.
—PodrÃa considerarse asÃ.
Y ahà quedó todo. Sin embargo, en encuentros posteriores, cuando ambas mujeres estrecharon su relación de amistad, se confesarÃan un montón de cosas, entre ellas que el padre de Adrián los habÃa abandonado.
—No se lo cuentes a tu hija —le rogó Nati con lágrimas en los ojos—. Para Adri ese hombre está muerto. Es más fácil para él pensar eso, y casi que para mà también. Si algún dÃa quiere, él se lo dirá a Blanca.
—Tranquila, soy una tumba —declaró MarÃa.
Meses después, tras pasar una tarde en la plaza Mayor, en la que Adrián habÃa conseguido que Blanca jugara con él a la pelota, MarÃa preguntó a su hija:
—¿Te cae bien Adri?
La