Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Envío
Despistes
La sirena viuda
Manualidades
El hombre que aprendió a ladrar
Autobiografía
El hijo
Idilio
Bestiario
El sexo de los ángeles
Su amor no era sencillo
Enigmas
Fidelidades
San Petersburgo
Eso
Salvo excepciones
Los candidatos
El Niño Cinco Mil Millones
Hay tantos prejuicios
Orden del día
Larga distancia
Lázaro
El riesgo
El profeta
Mucho gusto
Traducciones
Persecuta
Arena
El odio viene y va
Un boliviano con salida al mar
Lingüistas
Todo lo contrario
El puercoespín mimoso
Estornudo
Graffiti sin muros
Paisaje
El ruido y la imagen
Memoria electrónica
Triángulo isósceles
La roca
Franquezas
Un reloj con números romanos
La víspera
Truth on the rocks
Maison Lucrèce
Vaivén
Cleopatra
Bébete un tentempié
El aguafiestas falta sin aviso
Los vecinos
Los Williams y los Peabody
Lamentos
Cava memorias
Hermanito
Siesta
Compañero de olvido
Llamaré a Mauricio
Lejanos, pequeñísimos
Rutinas
Seísmo
Los tres
Miles de ojos
Por el antes como antes
Pacto de sangre
La cercanía de la nada
Vení Pigmalión
El tiempo que no llegó
Recuerdos olvidados
El césped
Sobre el autor
Créditos
Cuando la vida se detiene, se escribe lo pasado o lo imposible.
José Hierro
Envío
Este libro, en el que he trabajado los últimos cinco años, es algo así como un entrevero: cuentos realistas, viñetas de humor, enigmas policíacos, relatos fantásticos, fragmentos autobiográficos, poemas, parodias, graffiti.
Confieso que, como lector, siempre he disfrutado con los entreveros literarios. Cortázar, sin ir más lejos, fue todo un especialista (ver: La vuelta al día en ochenta mundos, Último round, Salvo el crepúsculo) pero en América Latina también cultivaron el amasijo gentes tan sabias como Oswald de Andrade (con las «invenciones» de su célebre Miramar), Macedonio Fernández (con su regodeo en el absurdo) y el más cercano Augusto Monterroso (con su espléndido humor).
De antiguo aspiré secretamente a escribir (salvando todas las imaginables distancias) mi personal libro-entrevero, ya que siempre consideré este atajo como un signo de libertad creadora y, también, del derecho a seguir el derrotero de la imaginación y no siempre el de ciertas estructuras rigurosas y prefijadas. Me doy cuenta de que si no lo hice antes fue primordialmente por dos motivos: no haberme sobrepuesto a cierta cortedad para la ruptura de moldes heredados, y, sobre todo, no haber desembocado hasta hoy en el estado de ánimo, espontáneamente lúdico, que es base y factor de semejante heterodoxia.
Ahora, tras haber asimilado los vaivenes y desajustes del exilio, y también los entrañables reencuentros y algunas inesperadas mezquindades del exilio, me siento por fin lo suficientemente suelto como para intentar mi caleidoscopio, antes de que esos setenta que ya despuntan en mi horizonte, me den alcance con su gesto adusto.
Hay obras en que uno sufre cuando las escri