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—¿Nueva Zelanda? —Tobias se quedó mirándola con aire de incredulidad—. ¡Para eso te vas a América!
—De hecho, hasta estarÃa más cerca... —musitó Laura, lo que de todos modos pasó inadvertido a su marido, pues al fin y al cabo la geografÃa no formaba parte de sus áreas de interés y el deseo de conocer paÃses lejanos le era totalmente ajeno—. Pero es justo en Nueva Zelanda donde ha quedado libre ese puesto —prosiguió ella, al tiempo que se reprendÃa por no haberse preparado mejor esa conversación. No deberÃa haber comunicado a Tobias sus planes de sopetón. Pero hacÃa tan solo un par de horas que habÃa leÃdo el anuncio y desde entonces no cabÃa en sà de alegrÃa. ¡ParecÃa obra de un hada buena! TenÃa que compartir su buena suerte con alguien y lo primero que hizo fue plantarse ante los niños para anunciarles la posibilidad de que ella pasara un año en el extranjero. Ahora, naturalmente, también iba a poner a su marido al corriente, ya que, sin duda, los niños querrÃan hablar de las novedades durante la cena—. Un empleo de guÃa en un barco donde se hacen excursiones con avistamientos de ballenas. Justo lo que siempre he soñado. Una oportunidad única. Y la base ideal para mi carrera...
—¡Pero Laura, tienes dos hijos! —le recordó Tobias con un deje de reproche, mientras sacaba una cerveza de la nevera como solÃa hacer por las tardes. También le ofreció una botella a Laura, pero ella estaba demasiado emocionada para sentir sed—. ¿Tienes idea de lo que es eso? —preguntó—. Uno no se va como si nada a la otra punta del mundo por tanto tiempo.
—¡A los niños les parece estupendo! —contestó Laura, entusiasmada—. Por supuesto, tendrán que quedarse contigo, cambiar de escuela serÃa demasiado complicado. Pero vendrán a verme por Navidad. —Sonrió—. Kathi está empeñada en ir a Nueva Zelanda; Jonas, en cambio, espera impaciente el año de papá. Se venga de mà ahora porque le has dejado quedarse levantado cada vez hasta más tarde mientras yo iba a las clases nocturnas.
—¿Asà que ya lo habéis planeado todo? —Tobias se la quedó mirando ofendido—. ¿Sin m�
Laura se mordió el labio.
—Solo... solo hemos estado reflexionando un poco acerca del tema —admitió—. Pero no era nuestra intención dejarte de lado. Es que los niños han llegado a casa antes que tú. —Ese martes Tobias tenÃa su tarde libre, como él la llamaba. HabÃa estado haciendo deporte con sus amigos después del trabajo—. Y te lo estoy contando ahora. Puedes decir todo lo que quieras al respecto, a fin de cuentas todavÃa no está nada decidido. Tobias, ¡deseo con toda mi alma intentarlo! Un año pasa enseguida. Los niños también han prometido ayudarte con los trabajos domésticos... —Rio nerviosa—. Kathi está deseando jugar a ser ama de casa, hasta que se dé cuenta de lo estresante que puede llegar a ser esa tarea. Y a menudo simplemente aburrida.
Tobias contrajo los labios.
—¿Significa eso que durante todos estos años te has sentido como una esclava? —preguntó mordaz.
Laura negó con la cabeza con determinación y empezó a preparar la mesa para la cena. Kathi y Jonas no tardarÃan en llegar a casa, y más valÃa que cuando apareciesen no encontraran a sus padres en plena discusión.
—No —aseguró de inmediato—. En absoluto querÃa decir esto, ¡haz el favor de no manipular mis palabras! Me he ocupado de mi familia y lo he hecho de buen grado. Pero ahora los niños ya pueden valerse por sà mismos y creo que ha llegado el momento de pensar en mÃ... —Sacó platos y vasos del armario y los colocó con más determinación de lo que deseaba sobre la mesa.
—¿Realización personal? ¿Crisis de la mediana edad? —preguntó Tobias con una sonrisa irónica—. En realidad, aún eres demasiado joven para eso.
Laura suspiró.
—Precisamente —le contestó—. Tengo solo treinta y un años. TodavÃa puedo cambiar las cosas, experimentar algo nuevo... Hubo una época en que yo tenÃa un sueño, Tobias, y tú lo sabes...
Él puso los ojos en blanco. Cuando se conocieron ya se habÃa reÃdo de que las paredes de la habitación de su chica estuvieran cubiertas de carteles de ballenas y delfines saltando. Laura tenÃa diecisiete años y estaba terminando la enseñanza media. HabÃa planeado cambiar de instituto para acabar el bachillerato y estudiar a continuación BiologÃa Marina. Las ballenas y los delfines la habÃan cautivado desde niña. En cambio, no se habÃa tomado demasiado en serio la relación con el pragmático Tobias, aprendiz de panadero. Ni se le habÃa ocurrido casarse con él, hasta que, recién cumplidos los dieciocho, se quedó embarazada de Katharina. En un principio consideró la idea de abortar, pero Tobias habÃa insistido en que se casaran. Acababa de concluir su aprendizaje y le habÃan ofrecido un puesto en la panaderÃa industrial donde habÃa realizado las prácticas. Se suponÃa que ganarÃa lo suficiente para mantener a una familia. Los padres de Laura se ofrecieron a ayudarlos, pues de todos modos desconfiaban de los grandes proyectos de su hija. Como miembros de una Iglesia cristiana libre, condenaban categóricamente la práctica del aborto. La determinación de Tobias y que estuviera dispuesto a asumir sus responsabilidades impactaron tanto a Laura que decidió no interrumpir el embarazo. Fue entonces cuando realmente se enamoró del joven de cabello castaño revuelto y de ojos azules que la habÃa admirado desde el dÃa en que se conocieron...
Fuera como fuese, acabó en el altar en lugar de en el grado superior de bachillerato. Tobias y ella se mudaron a casa de los suegros y en los años que siguieron todo giró en torno a la hija. Cuando Katharina asistió por fin al jardÃn de infancia y Laura empezó a pensar en su propio futuro, llegó Jonas. Ella volvió a posponer sus planes, se ocupó de sus hijos, de las tareas domésticas y de sus suegros, ya necesitados de atención, en cuya casa todavÃa vivÃa la joven familia. A veces, cuando la asaltaba la sensación de que iba a volverse loca con la vida que llevaba, se ponÃa a leer, sobre todo libros sobre mamÃferos marinos. En el transcurso de todos esos años las estanterÃas se habÃan ido llenando de libros ilustrados y de volúmenes cientÃficos.
Al final, la suegra habÃa muerto y el suegro se habÃa mudado a una vivienda más pequeña. Los niños iban a la escuela y cada vez eran más autónomos, y Laura habÃa empezado a buscar trabajo. El resultado habÃa sido decepcionante. Los empleos que se ofrecÃan a una madre de veintiocho años sin experiencia laboral no solo estaban mal pagados, sino que, además, carecÃan de cualquier interés. PodrÃa estar trabajando en la cadena de una fábrica, ser cajera o andar llenando estanterÃas en un supermercado... durante los siguientes treinta años. Laura no querÃa eso, en absoluto. Y asà fue como un dÃa se puso delante del espejo, contempló su piel tersa, su brillante y rubio cabello y su estilizada silueta, y decidió que todavÃa era joven. Lo suficiente joven para empezar de nuevo y, aunque enseguida sintió remordimientos, ya entonces sospechó que podÃa tratarse de un nuevo comienzo sin Tobias.
—Venga, Tobias, ya tienes práctica —respondió, intentando de nuevo que él viera los aspectos más agradables de disfrutar de un año a solas con sus hijos—. Ya llevas dos años pasando casi todas las tardes solo con Kathi y Jonas. ¡Sabes hacerlo! ¡Y lo haces bien!
Desenvolvió el pan que Tobias habÃa llevado de la panaderÃa y puso en marcha la cortadora. Mientras, él sacó la mantequilla y unos embutidos de la nevera. Los dos formaban un buen equipo, él no era de esos hombres que evitan las tareas domésticas. Laura no tenÃa motivo de queja. Él habÃa aceptado la decisión de su mujer de asistir a clases nocturnas en el instituto y se habÃa ocupado de los niños de una forma modélica. Por fortuna, su horario de trabajo también le permitÃa dedicarse a la educación de los hijos. Tobias comenzaba su turno en la panaderÃa, donde ya era maestro panadero, a las cuatro de la madrugada, y a las doce volvÃa a casa. Después de la siesta del mediodÃa disponÃa de mucho tiempo para sus hijos y para su hobby: junto con un entusiasta Jonas se dedicaba al modelismo ferroviario. Ahà habÃa demostrado tener una paciencia infinita con el pequeño. Tampoco se quejaba jamás cuando tenÃa que acompañar en coche a Kathi al curso de teatro o a montar a caballo. Los fines de semana iba con los niños al zoo o a un parque de atracciones. Laura siempre habÃa podido estudiar tranquilamente. Y habÃa valorado lo que tenÃa, especialmente en la época de los exámenes finales de bachillerato.
Asà pues, sus elogios eran sinceros. Tobias era un padre maravilloso, ella no tenÃa que preocuparse cuando lo dejaba solo con los niños, además, era una persona digna de todo el cariño. Laura experimentó de nuevo un sentimiento de culpabilidad. Que ella no fuera feliz en su matrimonio no se debÃa a su marido, sino a sà misma. TodavÃa tenÃa otras ilusiones, querÃa experimentar algo más. ¡Ese trabajo en Nueva Zelanda era su oportunidad! Eco-Adventures, una empresa activa en todo el paÃs, conocida por el cambio modélico del concepto de avistamiento, respetuoso con la fauna, buscaba estudiantes o preuniversitarios que trabajaran de guÃas en las excursiones en barco para avistar ballenas y otros cetáceos. Laura no habÃa dudado ni un instante y se habÃa puesto de inmediato en contacto con la compañÃa por correo electrónico.
Tobias se pasó la mano por el cabello.
—Pero... ¿volverás? —preguntó en voz baja.
Laura miró el rostro sincero y