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Sabes eso que dicen de que la oscuridad siempre es mayor antes del amanecer? Bueno, yo habÃa vivido cinco años de oscuridad. HabÃa cumplido mi condena —una dura condena— y habÃa roto oficialmente con todo lo oscuro. Estaba lista para mi amanecer y, mientras bailaba por el escenario, me di cuenta de que por fin lo estaba viviendo.
No me permità pensar en el millar de personas que me estaban mirando. Seguà avanzando hacia el difÃcil final, bailando solo para una de ellas. Aparté de mi mente las luces que me impedÃan ver a la multitud, la presión de la actuación que me impelÃa a continuar y el vestido disfuncional, que estaba a un hilo de romperse, y bailé para él.
Ejecuté mi gran allegro final en el aire, y mis puntas aterrizaron en el preciso instante en que la música terminaba.
Eso era. El momento que me encantaba. La respiración y la quietud y el silencio antes de que me inclinase para hacer una reverencia y la multitud aplaudiera. Una ventana de dos segun
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dos para reflexionar y deleitarme en la sangre, el sudor y las lágrimas que habÃa derramado para llegar a ese punto. «Buen trabajo, Lucy Larson.»
Me habrÃa gustado que el momento se prolongase eternamente, pero lo aceptaba como lo que era. Un destello de perfección antes de desvanecerse.
Tomé aire, levanté los brazos y, mientras me inclinaba, alcé los ojos. Justo hacia donde madame Fontaine me habÃa enseñado a dirigirlos al final de una actuación. Hacia delante y al centro. Una sonrisa jugueteaba en las comisuras de mis labios.
Resultaba imposible no sonreÃr cuando Jude Ryder se hallaba sentado delante y en el centro.
Se puso en pie de un brinco, aplaudiendo como si tratase de llenar la sala entera con sus palmadas, sonriéndome de un modo que hizo que se me encogiera el corazón. La gente ya empezaba a mirar con curiosidad, asà que cuando Jude saltó a su asiento y empezó a gritar «bravo» a todo volumen, aquellas miradas curiosas se volvieron más crÃticas.
Tampoco es que me importase demasiado. HabÃa aprendido hacÃa tiempo que estar con Jude significaba ir contra la norma. Se trataba de un precio que merecÃa la pena pagar por estar con él.
Una reverencia más, me topé de nuevo con su mirada e hice lo impensable. Menos mal que madame Fontaine no estaba allà esa noche, porque su moño permanentemente tieso podrÃa haber estropeado el momento. Le dediqué un guiño a mi
chico, que sobresalÃa entre la multitud, aclamándome como si acabase de salvar el mundo.
Las luces se apagaron y, antes de salir a toda prisa de