Comiendo en el hospital
Cocina de (con)fusión
Como ya os he contado en alguna ocasión, a lo largo de mi vida he trabajado en diferentes hospitales. Algunos eran de esos tan grandes que necesitas un plano y un kit de supervivencia con batidos hiperproteicos de chocolate por si te pierdes en un pasillo y tardan varios dÃas en encontrarte. Otros eran pequeños, de esos en los que todo el mundo se conoce y lo saben absolutamente todo de ti hasta el punto de llegar a agobiar, y otros eran de tamaño medio, que suelen ser los mejores si quieres llevar una vida tranquila. Algo asà como lo que sucede en las ciudades; y es que los hospitales, en definitiva, son eso, pequeñas ciudades con sus particularidades y en los que no faltan los habitantes, los turistas, los polÃticos, las fuerzas del orden, el personal de mantenimiento, los gitanillos que aparcan coches y, cómo no, la cafeterÃa.
Puedo aseguraros que aunque no existen dos cafeterÃas iguales, todas tienen el mismo propósito: proveer el hospital de enfermos. Les da igual que tengas a tu padre ingresado, que seas un visitador médico o que estés de guardia y tengas que comer allà tres veces por semana, la cafeterÃa del hospital se encargará de obstruir tu vesÃcula y tus arterias para que nunca falten clientes en urgencias. Y es que quieren tanto al cliente, sienten tal amor por él, que hacen lo imposible por llegar a su corazón… en forma de placa de ateroma.
Los platos son tan variados que puedes encontrar desde cruasanes rellenos de salchichón hasta una deliciosa tortilla de patatas al vapor, pasando por filetes que nunca sabrás si son de pollo o de pescado, pizza de las s