Q.
Fui a mi oficina por última vez en plena noche. No tenÃa permitido ir en horas de trabajo y tampoco querÃa; habrÃa sido desagradable. El director editorial habÃa dado instrucciones al guardia de seguridad para que me dejara entrar y me escoltara otra vez hasta la salida. Las cajas ya estaban hechas y enviadas; antes de eso, mi mujer habÃa recogido un sobre de dinero en metálico de emergencia que yo habÃa dejado en un cajón del escritorio. Ni siquiera ella quiso poner un pie en la oficina; el único editor adjunto comprensivo con mi situación aceptó quedar con ella y entregarle el sobre en un quiosco del metro; un detalle lúgubre que solo sirve para subrayar el nivel de repugnancia que siente Carolina por todo lo que esté relaci