Dramatis personae
La tribu Uryd de los teblor
Karsa Orlong: Joven guerrero.
Bairoth Gild: Joven guerrero.
Delum Thord: Joven guerrero.
Dayliss: Mujer joven.
Pahlk: Abuelo de Karsa.
Synyg: Padre de Karsa.
Ejército de la consejera
Consejera Tavore
Puño Gamet / Gimlet
T’amber
Puño Tene Baralta
Puño Blistig
Capitán Keneb
Larva: Su hijo adoptivo.
Almirante Nok
Comandante Alardis
Nada: Hechicero wickano.
Menos: Hechicera wickana.
Temul: Wickano del clan Cuervo (superviviente de la Cadena de Perros).
Bizco: Soldado de la Guardia de Aren.
Perla: Garra.
Lostara Yil: Oficial de las Espadas Rojas.
Hiel: Caudillo de las Lágrimas Quemadas de los khundryl.
Imrahl: Guerrero de las Lágrimas Quemadas de los khundryl.
Topper: Comandante de la Garra.
InfanteÃa de marina de la compañÃa novena , octava legión
Teniente Ranal
Sargento Cuerdas
Sargento Gesler
Sargento Borduke
Cabo Chapapote
Cabo Tormenta
Cabo Hubb
Botella: Mago del pelotón.
Sonrisas
Koryk: Soldado mestizo seti.
Sepia: Zapador.
Verdad
Pella
Tavos Estanque
Arenas
Balgrid
Ibb
Quizás
Laúdes
InfanterÃa pesada selecta de la compañÃa novena, octava legión
Sargento Mosel
Sargento Sobelone
Sargento Tirón
Destello de Ingenio
ru Hela
Tazón
Chato
InfanterÃa media selecta de la compañÃa novena , octava legión
Sargento Bálsamo
Sargento Moak
Sargento Thom Tissy
Cabo Olor a Muerto
Cabo Quemado
Cabo Tulipán
Rebanagaznates
Jarretesgrandes
Galt
Lóbulo
Apilador
Rampa
Capaz
Otros soldados del Imperio de Malaz
Sargento Cordón: CompañÃa segunda, regimiento Ashok.
Ebron: Quinto pelotón, mago.
Cojo: Quinto pelotón.
Campana: Quinto pelotón.
Cabo Casco: Quinto pelotón.
Capitán Tierno: CompañÃa novena.
Teniente Poros: CompañÃa novena.
Jibb: Guardia ehrlitano.
Chorrogaviota: Guardia ehrlitano.
Garabato: Guardia ehrlitano.
Sargento mayor Diente Bravo: Guarnición de Malaz.
Capitán Irriz: Renegado.
Gentur
Injurias
Hawl
Nathii
Mercader de esclavos Silgar
Damisk
Balantis
Astabb
Borrug
Otros en Genabackis
Torvald Nom
Calma
Ganal
Ejército del Apocalipsis de Sha’ik
Sha’ik: La Elegida de la Diosa del Torbellino (en otro tiempo, Felisin, de la Casa Paran).
Felisin la Menor: Su hija adoptiva.
Toblakai
Leoman de los Mayales
Mago supremo L’oric
Mago supremo Bidithal
Mago supremo Febryl
Heboric Manos Fantasmales
Kamist Reole: Mago de Korbolo Dom.
Henaras: Hechicera.
Fayelle: Hechicera.
Mathok: Caudillo de las tribus del desierto.
T’morol: Su guardaespaldas.
Corabb Bhilan Thenu’alas: Oficial de la compañÃa de Leoman.
Scillara: Seguidora del campamento.
Duryl: Mensajero.
Ethume: Cabo.
Korbolo Dom: Renegado napaniano.
Kasanal: Su asesino a sueldo.
Otros
Kalam Mekhar: Asesino.
Trull Sengar: Tiste edur.
Onrack, T’lan imass.
Navaja: Asesino (también conocido como Azafrán).
Apsalar: Asesina.
Rellock: Padre de Apsalar.
Cotillion: Patrón de los Asesinos.
Viajero
Cruz: MastÃn de Sombra.
Ciega: MastÃn de Sombra.
Darist: Tiste andii.
Ba’ienrok (Guardián): Ermitaño.
Ibra Gholan: LÃder de clan t’lan imass.
Monok Ochem: Invocahuesos de los logros t’lan imass.
Haran Epal: T’lan imass.
Olar Shayn: T’lan imass.
Ranagris: Familiar demonio.
Apto: Matrona demonio (la aptoriana) de Sombra.
Azalan: Demonio de Sombra.
Panek: Hijo de Sombra.
Mebra: EspÃa en Ehrlitan.
Iskaral Pust: Sacerdote de Sombra.
Mogora: Su mujer d’ivers.
Cynnigig: Jaghut.
Phyrlis: Jaghut.
Aramala: Jaghut.
Icarium: Jhag.
Mappo Runt: Trell.
Jorrude: Senescal tiste liosan.
Malachar: Tiste liosan.
Enias: Tiste liosan.
Orenas: Tiste liosan.
Prólogo
Margen del Naciente, dÃa 943 de la Búsqueda Sueño de Ascua
Grises, hinchados y picados de viruela, los cuerpos se alineaban en la orilla cargada de sedimentos hasta donde alcanzaba la vista. Apilados como maderos a la deriva por las aguas crecientes, meciéndose y rebosando por los bordes, la carne putrefacta hervÃa de cangrejos de diez patas y moluscos negros. Aquellas criaturas del tamaño de una moneda apenas se habÃan adentrado en el munÃfico festÃn que habÃa tendido ante ellos la partición de la senda.
El mar reflejaba el tono del cielo bajo. Peltre remendado y apagado arriba y abajo, roto solo por el gris más profundo de los sedimentos y, a treinta golpes de remo de distancia, por los tonos manchados de ocre de los niveles superiores apenas entrevistos de los edificios inundados de una ciudad. Las tormentas habÃan pasado y las aguas estaban serenas entre los restos de un mundo ahogado.
Bajos y achaparrados habÃan sido sus habitantes. De rasgos planos, cabellos claros, siempre largos y sueltos. El suyo habÃa sido un mundo frÃo, dada la ropa de forros gruesos que llevaban. Pero con la partición todo eso habÃa cambiado, como un cataclismo. El aire era sofocante, húmedo y a esas alturas apestaba a putrefacción.
El mar habÃa nacido de un rÃo de otro reino, una arteria inmensa, ancha y con toda probabilidad dueña de todo un continente, una arteria de agua dulce impregnada por los sedimentos de la llanura, las profundidades turbias albergaban enormes bagres y arañas del tamaño de ruedas de carretas, los bajÃos estaban atestados de aquellos cangrejos de diez patas y conchas negras y plantas carnÃvoras sin raÃces. El rÃo habÃa vertido su volumen torrencial en ese inmenso paisaje llano. Durante dÃas, luego semanas, después meses.
Las tormentas, conjuradas por el volátil choque de corrientes de aire tropicales contra el clima templado de la zona, habÃan empujado la inundación bajo el aullido de los vientos, y con las aguas crecientes e inexorables llegaron plagas mortales para llevarse a aquellos que no se habÃan ahogado.
Sin que se supiera cómo, el desgarro se habÃa cerrado en algún momento de la noche anterior. El rÃo de otro reino habÃa regresado a su curso original.
La costa que tenÃa delante seguramente no se merecÃa ese nombre, pero a Trull Sengar no se le ocurrÃa nada más mientras lo arrastraban por el margen. La playa no era más que un montón de sedimentos apilados contra un muro enorme, gigantesco, que parecÃa extenderse de un horizonte a otro. El muro habÃa soportado la riada, aunque el agua ya corrÃa por el otro lado.
Cadáveres a la izquierda, una caÃda en picado de una altura de siete, quizá ocho hombres. A la derecha, la parte superior del propio muro de algo menos de treinta pasos de anchura; que aquello contuviera un mar entero sugerÃa, aunque fuera en susurros, hechicerÃa. Las losas anchas y planas que pisaban estaban manchadas de barro, un fango ya casi seco bajo el calor. Insectos del color del estiércol bailaban sobre ellas y se apartaban a saltos del camino de Trull Sengar y sus captores.
A Trull todavÃa le costaba bastante comprender esa noción. Captores. Una palabra que no terminaba de comprender. Al fin y al cabo, eran sus hermanos. Parientes. Rostros que conocÃa de toda la vida, rostros que habÃa visto sonreÃr, y reÃr, y rostros que, en ocasiones, se llenaban de dolor, un dolor que reflejaba el suyo propio. Trull habÃa permanecido a su lado y lo habÃa vivido todo con ellos, los triunfos gloriosos, las pérdidas que destrozaban el alma.
Captores.
Ya no habÃa sonrisas. Ni risas. Las expresiones de los que lo retenÃan eran rÃgidas y frÃas.
A qué hemos llegado.
La marcha terminó. Unas manos tiraron a Trull Sengar al suelo sin dar importancia a las magulladuras, los cortes y los desgarros que todavÃa no habÃan dejado de sangrar. Los habitantes ya muertos de ese mundo habÃan instalado, a saber por qué motivo, unos aros inmensos de hierro en la parte superior del muro, anclados al fondo de los enormes bloques de piedra. Los aros estaban colocados a intervalos regulares por todo el muro, cada quince pasos más o menos, hasta donde Trull alcanzaba a ver.
Y esos aros acababan de encontrar una nueva función.
Rodearon a Trull Sengar con cadenas, le pusieron grilletes a martillazos alrededor de las muñecas y los tobillos. Le cincharon dolorosamente un cinturón tachonado alrededor de la cintura, pasaron las cadenas por los aros de hierro y las tensaron para inmovilizarlo junto al anillo de hierro. Le pegaron a la mandÃbula una prensa de metal con unos goznes, lo obligaron a abrir la boca, le metieron la placa y se la trabaron sobre la lengua.
A continuación, el Pelado. Una daga le grabó un cÃrculo en la frente, seguido por una cuchillada irregular para romper ese mismo cÃrculo, la punta se adentró lo suficiente como para mellarle el hueso. Le frotaron cenizas en las heridas. Le cortaron la única y larga trenza que lucÃa con tajos toscos que le convirtieron la nuca en un desastre ensangrentado. Después, en el pelo que le quedaba, le untaron un ungüento espeso y empalagoso y lo masajearon hasta que le impregnó la piel del cráneo. En unas pocas horas se le caerÃa el resto del pelo y lo dejarÃa calvo para siempre.
El Pelado era una medida absoluta, un acto irreversible de ruptura. Se habÃa convertido en un paria. Para sus hermanos, habÃa dejado de existir. Nadie lo llorarÃa. Sus obras se desvanecerÃan de todo recuerdo junto con su nombre. Su madre y su padre habrÃan dado vida a un hijo menos. Aquello era, para su pueblo, el castigo más duro, peor que una ejecución, mucho peor.
Y, sin embargo, Trull Sengar no habÃa cometido ningún delito.
Y a esto es a lo que hemos llegado.
Se alzaban sobre él, quizá solo entonces comprendieron lo que habÃan hecho.
Una voz conocida rompió el silencio.
—Hablaremos de él ahora, y una vez que hayamos dejado este sitio, dejará de ser nuestro hermano.
—Hablaremos de él ahora —entonaron los demás, y luego otro añadió:
—Te traicionó.
La primera voz era frÃa, no revelaba el regocijo que Trull Sengar sabÃa que estarÃa allÃ.
—Dices que me traicionó.
—Lo hizo, hermano.
—¿Qué prueba tienes?
—Sus propias palabras.
—¿Eres solo tú el que afirma haber oÃdo que se pronunciara tal traición?
—No, yo también lo oÃ, hermano.
—Y yo.
—¿Y qué os dijo nuestro hermano?
—Dijo que tú habÃas separado tu sangre de la nuestra.
—Que ahora servÃas a un amo oculto.
—Que tu ambición nos llevarÃa a todos a la muerte...
—A todo nuestro pueblo.
—Habló contra mÃ, entonces.
—Lo hizo.
—Con sus propias palabras, me acusó de traicionar a nuestro pueblo.
—Lo hizo.
—¿Y lo he hecho? Consideremos el cargo que me imputa. Las tierras del sur están en llamas. Los ejércitos del enemigo han huido. El enemigo se arrodilla ahora ante nosotros y nos ruega que lo hagamos nuestro esclavo. De la nada hemos forjado un imperio. Y aun asÃ, nuestra fuerza sigue creciendo. TodavÃa. Para ser aún más fuertes, ¿qué debéis hacer vosotros, hermanos mÃos?
—Debemos buscar.
—SÃ. ¿Y cuando encontréis lo que ha de buscarse?
—Debemos entregarlo. A ti, hermano.
—¿Veis que es necesario?
—Lo vemos.
—¿Entendéis el sacrificio que hago, por vosotros, por nuestro pueblo, por nuestro futuro?
—Lo entendemos.
—Y, sin embargo, mientras vosotros buscabais, este hombre, este que fue nuestro hermano, habló contra mÃ.
—Lo hizo.
—Peor aún, habló para defender a los nuevos enemigos que habÃamos encontrado.
—Lo hizo. Los llamó los Parientes Puros y dijo que no deberÃamos matarlos.
—Y, si hubieran sido en verdad Parientes Puros, ¿entonces...?
—No habrÃan muerto con tanta facilidad.
—Asà pues.
—Te traicionó, hermano.
—Nos traicionó a todos.
Se hizo el silencio. Ah, ahora quieres compartir este crimen tuyo. Y ellos dudan.
—Nos traicionó a todos, ¿no es cierto, hermanos?
—SÃ. —La palabra surgió ronca, sin aliento, murmurada. Un coro de incertidumbre y dudas.
Nadie habló durante largos minutos y después, salvaje, con una ira apenas contenida:
—Asà pues, hermanos. ¿Y no deberÃamos acaso cuidarnos de este peligro? ¿De la amenaza de la traición, de este veneno, de esta plaga que pretende desgarrar nuestra familia? ¿Se extenderá? ¿Volveremos aquà una vez más? Debemos permanecer vigilantes, hermanos. De lo que hay en nuestro interior. Unos de otros. Bien, ya hemos hablado de él. Y ahora, se ha ido.
—Se ha ido.
—Nunca existió.
—Nunca existió.
—Abandonemos este lugar, entonces.
—SÃ, abandonémoslo.
Trull Sengar escuchó hasta que dejó de oÃr sus botas sobre las piedras, hasta que dejó de sentir el temblor de sus pasos menguantes. Estaba solo, incapaz de moverse, solo veÃa la piedra manchada de barro de la base del aro de hierro.
El mar removÃa los cadáveres de la orilla. Los cangrejos se escabullÃan. El agua seguÃa filtrándose por la argamasa, se insinuaba por el muro gigantesco con la voz de fantasmas que murmuraban y se deslizaba por el otro lado.
Era una verdad de siempre conocida entre su pueblo, quizá la única verdad, que la naturaleza no libraba más que una guerra eterna. Contra un solo enemigo. Es más, entender eso era entender el mundo. Todos los mundos.
La Naturaleza no tiene más que un enemigo.
Y ese enemigo es el desequilibrio.
El muro contenÃa al mar.
Y hay dos significados en eso. Hermanos mÃos, ¿es que no veis la verdad que hay en eso? Dos significados. El muro contiene al mar.
Por ahora.
Aquella era una riada que no podrÃa contenerse. La inundación no habÃa hecho más que empezar, algo que sus hermanos no podÃan entender, algo que quizá nunca llegasen a entender.
El ahogamiento era común entre su pueblo. No temÃan ahogarse. Y asÃ, Trull Sengar se ahogarÃa. Pronto.
Y a no mucho tardar, sospechaba, su pueblo entero se unirÃa a él.
Su hermano habÃa hecho pedazos el equilibrio.
Y la Naturaleza no lo consentirá.
LIBRO PRIMERO

Caras en la Roca
Cuanto más lento es el rÃo, más rojo corre.
Dicho popular nathii
CapÃtulo 1
Los hijos de una casa oscura escogen senderos en sombras.
Dicho popular nathii
El perro habÃa destrozado a una mujer, un anciano y un niño antes de que los guerreros lo empujaran a un horno abandonado al borde de la aldea. La bestia jamás habÃa mostrado hasta entonces vacilación alguna en su lealtad. HabÃa protegido las tierras uryd con un celo fiero, uno solo con sus parientes en sus duras pero justas obligaciones. No tenÃa heridas en el cuerpo que pudieran haberse enconado y permitido asà que el espÃritu de la locura entrara en sus venas. Ni estaba el perro poseÃdo por la enfermedad que hacÃa espuma. Nadie habÃa desafiado su posición en la manada de la aldea. De hecho, no habÃa nada, nada en absoluto, que diera motivos para aquel repentino cambio.
Los guerreros utilizaron lanzas para sujetar al animal contra el muro redondo posterior del horno de