Enero de 2020
—PolicÃa. Urgencias. ¿De qué se trata?
—¡Mi niño! Ha desaparecido.
—¿Desaparecido?
El hombre parecÃa muy angustiado.
—Secuestrado. Han dejado una nota. ¡EnvÃen a unos agentes!
—¿Cuántos años tiene su hijo?
—Tres meses; no, cuatro.
—¿Y dice que hay una nota?
—SÃ. En la habitación del bebé. Mi mujer acaba de verla.
—DÃgame su dirección.
—El 7220 de South Ocean.
—¿Palm Beach?
—SÃ.
—¿Y usted se llama…?
—Soy el senador John Killian.
Hubo un silencio al otro lado de la lÃnea. Y luego:
—¿El senador Killian?
—¡SÃ, hombre, sÃ! Haga el favor de mandar a unos agentes enseguida…
—Varias unidades están de camino.
Will Piper estaba capeando literalmente un temporal, bailando rock’n’roll dentro de la cabina de su barco de once metros de eslora, el Will Power.* Un rato antes, cuando el mar estaba tranquilo y el cielo de un rosa ocaso, Will habÃa sujetado el barco a su amarre con tantos cabos que parecÃa un insecto gordo preso en una tela de araña. Pero ahora lo único que podÃa hacer era agarrarse fuerte y confiar en que, pasado el vendaval, no tuviera que llamar a la aseguradora.
Esa noche no se encontraba solo. Varios de sus colegas de navegación estaban también en sus respectivas embarcaciones; antes de que el temporal alcanzara Panama City procedente del Golfo, un grupito del club náutico habÃa organizado una comida al aire libre con profusión de latas de cerveza, y al tocar tierra la tempestad conectaron las radios para saber cómo les iba a sus vecinos.
Will los escuchaba intercambiar mensajes. Estaba tendido cuan largo era en un asiento acolchado, los músculos en tensión para no caerse cuando el barco se escoraba. Por una vez se alegraba de que Nancy y Ph