Libro I
1. Aprendà de mi abuelo Vero la bondad y la ecuanimidad.
2. De la buena fama y memoria legadas por quien me engendró, la circunspección y el carácter viril.
3. De mi madre, la piedad, la liberalidad, y la abstención no sólo de ejecutar acción mala, sino también de pensarla; además, la simplicidad en el vivir y el alejamiento del sistema de vida que siguen los ricos.
4. De mi bisabuelo, el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme proveÃdo de buenos maestros en casa, bien persuadido que en este particular es menester gastar asiduamente.
5. De mi ayo, el no haber sido en los juegos públicos ni Verde ni Azul[1], ni partidario de los parmularios o de los escutarios[2]; la constancia en la fatiga y los escasos cuidados; el afán de obrar por mà mismo, sin agobiarme con excesivas tareas; el menosprecio a los chismosos.
6. De Diognetes, la aversión a las frivolidades; la incredulidad a lo que cuentan los magos y los charlatanes acerca de las hechicerÃas y la manera de preservarse de los espÃritus, y otras supercherÃas de este jaez; a no dedicarme a la crÃa de codornices ni enfundarme en parejas manÃas; a aguantar la zumba en las conversaciones; a familiarizarme con la filosofÃa, oyendo las lecciones, primero de Baquio, luego de Tandasis y de Marciano; a ejercitarme, de niño, en componer diálogos; a haber codiciado el camastro de campaña, cubierto de simple piel, y todas las otras disciplinas inherentes a la educación helénica.
7. Debo a Rústico el haber comprendido la necesidad de enderezar mi carácter y vigilarlo de continuo; no haberme desviado hacia la hinchazón de la sofÃstica, ni haber compuesto tratados teóricos ni esas obras retóricas que tienden a la persuasión; no intentar sorprender al público con ostentaciones de actividad o beneficencia; haber renunciado a la retórica y a la poesÃa y al estilo atildado; no pasearme por casa en toga, vedándome tales vanidades ceremoniosas; escribir llanamente mis cartas, a semejanza de aquella que él mismo escribió, desde Sinuesa, a mi madre; estar siempre dispuesto a doblarme y a reconciliarme prontamente con los que se me irriten o me ofendan, apenas ellos mismos deseen allegárseme; leer con reflexión, sin contentarme con una noticia superficial de los escritos; no dar fácil asenso a las personas que charlan de todo fuera de propósito; haber podido leer los escritos de Epicteto, que él me prestó de su biblioteca.
8. Debo a Apolonio la independencia de espÃritu; la decisión sin perplejidades; el no dejarme regir, ni aun en las cosas mÃnimas, por otros principios que por la razón; permanecer siempre igual, en los dolores más agudos, en la muerte de un hijo, en las largas enfermedades; haber visto claramente, ante su viviente ejemplaridad, que se puede juntar la mayor energÃa a la dulzura; ningún desabrimiento a lo largo de las lecciones; haber visto a un hombre que juzgaba ciertamente como la menor de sus cualidades su experiencia y su destreza en transmitir la doctrina; haber aprendido cómo hay que aceptar las finezas de los amigos, sin dejarse esclavizar por ellas y sin rechazarlas toscamente.
9. A Sexto, la benevolencia y el modelo de una casa patriarcal; la idea de la vida conforme a la razón natural; la gravedad sin afectación; la solicitud desvelada por los amigos; la tolerancia con los necios y los atolondrados; en suma, la armonÃa con todos; de este modo, su trato les ganaba con más atractivo que cualquier lisonja, y les inspiraba a la vez el más profundo respeto; la habilidad en descubrir con exactitud y método y en regularizar los principios necesarios para la vida; no haber nunca manifestado ni aun en apariencia señales de cólera u otra pasión, antes bien, poseer un carácter muy pacÃfico y, al mismo tiempo, entrañable; la propensión a la alabanza, pero con discreción; la vasta erudición, sin pedanterÃa.
10. Aprendà de Alejandro el gramático el no censurar; no zaherir a quienes se les fue un barbarismo, un solecismo o cualquier viciosa pronunciación; sino anunciar con maña aquella única palabra que convenÃa proferir, bajo la forma de una respuesta, de una confirmación o de una deliberación sobre el fondo mismo, no sobre la forma, o por otro medio apropiado de hábil sugerencia.
11. De Frontón, el haber comprendido hasta qué punto llega la envidia,