MarÃa de la Piedad solloza en la habitación. Sus lamentos llaman la atención de Gustavo Adolfo, que entra a consolarla. Trata de abrazarla, pero ella se zafa de sus manos:
«¡No me toques!», dice.
«¡MarÃa de la Piedad, no te puedes entregar al abandono!»
«¿Y entonces qué puedo hacer? HabÃa encontrado el amor, y ahora la vida me lo arrebata.»
«Saldremos adelante, MarÃa de la Piedad.»
«¡No, no lo haremos! Seguir juntos serÃa como rebelarnos contra lo más sagrado. ¡Somos hermanos, Gustavo Adolfo! Lo nuestro es imposible, otra vez.»
Gustavo Adolfo se sienta, casi se desploma sobre la cama, y hunde la cara entre las manos. No puede responder nada. No puede vencer a la verdad. MarÃa de la Piedad continúa su lamento:
«Escúch