I. Primera impresión
Era ese momento del dÃa en el que más deseaba ser capaz de dormir.
El instituto.
¿O serÃa «purgatorio» la palabra correcta? De existir siquiera alguna manera de expiar mis pecados, esto deberÃa contar en alguna medida a la hora de hacer balance. No, no me acostumbraba al tedio; cada dÃa se me antojaba más monótono aún que el anterior, si cabe.
Quizá se pudiera considerar esto mi modo de dormir, si el sueño se definiera como un estado inerte entre los periodos de actividad.
TenÃa la mirada perdida en las grietas que recorrÃan el enlucido del rincón opuesto de la cafeterÃa y me imaginaba que formaban unos dibujos que en realidad no estaban ahÃ. Esa era una de las maneras de bloquear la riada de voces que me farfullaban en la cabeza.
Eran varios los cientos de esas voces a las que hacÃa caso omiso por puro aburrimiento.
En cuanto a la mente humana, lo habÃa oÃdo todo ya, hasta la saciedad y un poco más. Hoy, lo que consumÃa el pensamiento de todo el mundo era el insignificante drama de la nueva incorporación al reducido cuerpo del alumnado. Qué poco bastaba para alterarlos. HabÃa visto aquel nuevo rostro repetido en un pensamiento detrás de otro, desde todos los ángulos. Una chica humana normal y corriente. La expectación por su llegada era algo tan predecible que resultaba agotador: la misma reacción que obtendrÃa uno al mostrarle un objeto brillante a un grupo de crÃos de dos años. La mitad de los miembros masculinos de aquel alumnado tan borreguil ya se imaginaban prendados de ella, tan solo porque era algo nuevo que les habÃan puesto delante. Hice un mayor esfuerzo por no prestarles atención.
Solo eran cuatro las voces que bloqueaba por cortesÃa más que por repulsión: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, que ya estaban tan acostumbrados a la falta de intimidad en mi presencia que rara vez se preocupaban por ello. Yo les daba lo que estaba en mi mano. Intentaba no escuchar siempre que podÃa evitarlo.
Y, aun asÃ, por mucho que lo intentara… lo sabÃa.
Rosalie, como de costumbre, estaba pensando en sà misma: su mente era como una charca de agua estancada que contenÃa muy pocas sorpresas. HabÃa captado fugazmente un reflejo de su perfil en las gafas de alguien y ahora meditaba sobre su perfección. Nadie tenÃa el cabello de un tono más semejante al verdadero color del oro, nadie tenÃa una silueta que fuese un reloj de arena tan perfecto, nadie tenÃa el rostro como un óvalo tan simétrico e inmaculado. No se comparaba con los humanos que habÃa allÃ; tal yuxtaposición habrÃa resultado risible, absurda. Ella pensaba en otros como nosotros, ninguno de ellos a su altura.
Emmett, que solÃa mostrarse despreocupado, tenÃa el rostro fruncido en un gesto de frustración. Ahora mismo se estaba pasando una de esas manazas por los rizos de ébano y se retorcÃa los cabellos en el puño. Aún estaba que echaba humo por el combate de lucha que habÃa perdido contra Jasper durante la noche. TendrÃa que recurrir a toda su limitada paciencia para ser capaz de aguantar hasta el final de la jornada escolar y organizar una revancha entonces. Nunca me sentÃa como un entrometido al escuchar los pensamientos de Emmett, porque él jamás pensaba nada que no pudiese decir en voz alta o poner en práctica. Es posible que solo me sintiese culpable leyéndoles el pensamiento a los demás porque sabÃa que ahà dentro habrÃa cosas que ellos no deseaban que yo supiese. Si la mente de Rosalie era una charca de agua estancada, la de Emmett era un lago cristalino sin la menor sombra.
Y Jasper estaba… sufriendo. Contuve un suspiro.
Edward. Alice pronunció mi nombre mentalmente y captó mi atención de inmediato.
Era exactamente igual que si lo hubiera dicho en voz alta. Me alegraba de que mi nombre se hubiera ido pasando de moda en las últimas décadas: qué molesto habÃa sido en el pasado; siempre que alguien pensaba en algún Edward, yo volvÃa la cabeza en un acto reflejo.
Ahora no la volvÃ. A Alice y a mà se nos daban bien aquellas conversaciones privadas. Era raro que alguien nos descubriese. No aparté la mirada de las grietas del enlucido.
¿Cómo lo está llevando?, me preguntó.
Fruncà el ceño, un leve cambio en la colocación de los labios. Nada que nos delatase ante los demás. Bien podrÃa estar frunciendo el ceño de puro aburrimiento.
Jasper llevaba demasiado tiempo inmóvil. No estaba interpretando los tics humanos tal y como debÃamos hacerlo todos, en movimiento constante para no destacar, igual que Emmett se tiraba del pelo, Rosalie cruzaba las piernas hacia un lado y después hacia el otro, Alice daba unos toquecitos con la punta de los pies en el linóleo del suelo o yo me dedicaba a mover la cabeza para quedarme mirando los distintos dibujos en las paredes. Jasper parecÃa estar petrificado, con ese porte esbelto tan erguido, tanto que ni siquiera los cabellos color miel parecÃan reaccionar al aire que llegaba desde las rejillas de ventilación.
Los pensamientos de Alice adquirieron entonces un tono de alarma, y vi en su mente que estaba observando a Jasper con su visión periférica. ¿Hay algún peligro? Se adelantó y estudió el futuro inmediato, revolviendo entre aquellas visiones de monotonÃa en busca del origen de mi gesto fruncido. Incluso mientras lo hacÃa, no dejó de acordarse de colocar uno de los puños, tan pequeños, bajo el mentón afilado y parpadear con regularidad. Se apartó de los ojos un mechón de esos cabellos oscuros, cortos e irregulares.
Volvà la cabeza muy despacio hacia la izquierda, como si me estuviese fijando en los ladrillos de la pared, suspiré y la giré hacia la derecha, de vuelta a las grietas del techo. Los demás asumirÃan que estaba interpretando el papel de humano. Solo Alice sabÃa que le estaba haciendo un gesto negativo con la cabeza.
Se relajó. Me lo dirás, si la cosa se pone fea.
Movà únicamente los ojos, arriba hasta el techo y de nuevo hacia abajo.
Gracias por hacer esto.
Me alegré de no poder responderle en voz alta. ¿Qué le iba a decir? ¿«Un placer»? No lo era, precisamente. No disfrutaba aguzando el oÃdo para captar los conflictos de Jasper. ¿De verdad era necesario hacer este tipo de experimentos? ¿No serÃa más seguro reconocer sin más que tal vez Jasper nunca iba a ser capaz de controlar su sed igual de bien que el resto de nosotros, en lugar de llevarlo hasta el lÃmite? ¿Por qué arriesgarse a la catástrofe?
HabÃan pasado dos semanas desde nuestra última salida de caza. No es que fuese un intervalo de tiempo poco manejable para el resto de nosotros. Un tanto incómodo sÃ, de vez en cuando: si un humano se acercaba demasiado, si el viento soplaba en la dirección inadecuada. Aunque los humanos rara vez se acercaban demasiado. El instinto les decÃa lo que su pensamiento consciente jamás entenderÃa: éramos un peligro que debÃan evitar.
Ahora mismo, Jasper era muy peligroso.
No sucedÃa con frecuencia, pero de tanto en tanto me sorprendÃa la inconsciencia de los humanos que tenÃamos a nuestro alrededor. Todos estábamos tan acostumbrados a ello que siempre nos lo esperábamos, pero en ocasiones parecÃa más llamativo de lo normal. Ninguno de ellos reparaba en nosotros, allÃ, pasando el rato en aquella sufrida mesa de la cafeterÃa, a pesar de que una manada de tigres ocupando nuestro lugar serÃa menos letal que nosotros. Ellos no veÃan más allá de cinco personas de aspecto raro, lo bastante parecidas a seres humanos como para que colase. Costaba imaginarse lo de sobrevivir con unos sentidos tan increÃblemente torpes.
En ese momento, una chica bajita se detuvo en el extremo de la mesa más cercana a la nuestra, para hablar con una amiga. Se quitó el pelo pajizo de la cara y se lo peinó con los dedos. Los conductos de la calefacción proyectaron su olor hacia nosotros. Estaba acostumbrado a lo que me hacÃa sentir aquel olor: el dolor seco en la garganta, el vacÃo del ansia en el estómago, la tensión automática en los músculos, el excesivo flujo de veneno en la boca.
Todo esto era bastante normal, y solÃa resultar sencillo no hacerle caso. Era más difÃcil justo ahora, con unas reacciones más fuertes, multiplicadas por dos, mientras observaba a Jasper.
Jasper estaba dejando volar la imaginación. Lo estaba visualizando: se imaginaba que se levantaba de su asiento junto a Alice y se acercaba a aquella chica bajita. Se inclinarÃa y se aproximarÃa más, como si fuera a susurrarle algo al oÃdo, y dejarÃa que sus labios acariciasen el arco de su garganta. Se imaginaba el pulso de aquella chica bajo la frágil barrera de su piel y la sensación que tendrÃa en su boca…
Le di un puntapié a su silla.
Me sostuvo la mirada, con sus ojos negros cargados de resentimiento por un instante, y, acto seguido, bajó la vista. PodÃa oÃr la batalla que libraban la vergüenza y la rebeldÃa en su cabeza.
—Lo siento —masculló Jasper.
Me encogà de hombros.
—No ibas a hacer nada —le murmuró Alice para calmar la desazón que sentÃa él—. He podido verlo.
Reprimà la mirada de extrañeza que delatarÃa la mentira de Alice. TenÃamos que mantenernos unidos, ella y yo, y no era fácil eso de ser los bichos raros entre los que ya eran de por sà unos bichos raros. ProtegÃamos mutuamente nuestros secretos.
—Sirve de ayuda pensar en ellos como personas —sugirió Alice con un tono de voz agudo y musical a una velocidad demasiado elevada como para que los oÃdos humanos lo entendiesen, de haber habido alguno lo bastante cerca como para oÃrlo—. Se llama Whitney. Tiene una hermana pequeña a la que adora. Su madre invitó a Esme a aquella fiesta en el jardÃn, ¿te acuerdas?
—Ya sé quién es —dijo Jasper cortante, y le dio la espalda para quedarse mirando por uno de los ventanucos colocados justo debajo de los aleros, a intervalos regulares por la sala alargada. Su tono de voz le puso fin a la conversación.
TendrÃa que salir de caza esta noche. Era ridÃculo arriesgarse de esta manera, tratar de poner a prueba su fortaleza, hacerle ganar resistencia. Jasper deberÃa aceptar sus limitaciones y trabajar dentro de ellas.
Alice suspiró en silencio, se levantó, cogió su bandeja —su atrezo, por asà decirlo— para llevársela y dejarlo en paz. SabÃa reconocer el momento en que Jasper se hartaba de que ella le diese aquellos ánimos. Aunque Rosalie y Emmett eran más descarados con su relación, eran Jasper y Alice los que conocÃan todas y cada una de las necesidades del otro como si fueran las suyas. Como si ellos también pudieran leer la mente, pero solo la del otro.
Edward.
Reacción refleja. Me volvà hacia el sonido de mi nombre, aunque nadie lo habÃa pronunciado, tan solo pensado.
Durante medio segundo, me sostuvieron la mirada un par de ojos grandes, marrones como el chocolate, dispuestos en un rostro de piel pálida con forma de corazón. Reconocà esa cara, aunque no la habÃa visto por mà mismo hasta entonces. HabÃa estado muy presente en todas aquellas cabezas humanas en el dÃa de hoy. La nueva alumna, Isabella Swan. La hija del jefe de policÃa del pueblo, a la que habÃan traÃdo a vivir aquà por alguna cuestión relacionada con su custodia. Bella. HabÃa corregido a todos los que la habÃan llamado por su nombre completo.
Aparté la mirada, aburrido. Tardé un segundo en percatarme de que no habÃa sido ella quien habÃa pensado en mi nombre.
Por supuesto que ya está coladita por los Cullen, oà que proseguÃa el primer pensamiento.
Entonces reconocà esa «voz».
Jessica Stanley: hacÃa tiempo que no me daba la lata con sus cotorreos interiores. Qué alivio habÃa supuesto que por fin superase aquella fijación tan desencaminada. Resultaba prácticamente imposible escapar de esa manera suya tan constante y ridÃcula de soñar despierta. En aquella época, sentÃa el deseo de poder explicarle con exactitud lo que habrÃa sucedido de haberle acercado lo más mÃnimo los labios… y los dientes que venÃan detrás. Eso habrÃa acallado aquellas fantasÃas tan molestas. Pensar en su reacción casi me arrancó una sonrisa.
Para lo que le iba a servir a la chica, continuaba Jessica. La verdad es que ni siquiera es guapa. No sé por qué la mira tanto Eric… o Mike.
Mentalmente, la chica dio un respingo con aquel último nombre. Mike Newton, su nueva obsesión y un chico que por lo general gozaba de popularidad, se mostraba por completo indiferente ante ella. Al parecer, no tanto con la chica nueva. Otro crÃo que intentaba agarrar el objeto reluciente. Esto le dio un aire de maldad a los pensamientos de Jessica, que sin embargo se mostraba cordial de cara al exterior con la recién llegada mientras le explicaba lo que todo el mundo sabÃa sobre mi familia. La alumna nueva debÃa de haberle preguntado sobre nosotros.
Hoy me mira todo el mundo a mà también, pensó Jessica con suficiencia. ¿No es una suerte que Bella tenga dos clases conmigo? Seguro que Mike querrá preguntarme por ella…
Traté de bloquear aquella cháchara insulsa para que no se me metiera en la cabeza antes de que algo tan nimio y trivial me volviese loco.
—Jessica Stanley le está contando todos los trapos sucios del clan Cullen a esa chica nueva, Swan —le murmuré a Emmett a modo de distracción.
Se rio entre dientes. Espero que sea algo que merezca la pena, pensó él.
—Le ha puesto muy poca imaginación, la verdad. Apenas un atisbo de escándalo. Ni un ápice de terror. Me deja un poco decepcionado.
¿Y la chica nueva? ¿También se ha quedado decepcionada con el cotilleo?
Afiné el oÃdo para escuchar lo que pensaba esa tal Bella, la chica nueva, sobre la historia de Jessica. ¿Qué veÃa ella cuando miraba a aquella familia de piel blanca como la tiza a la que todo el mundo evitaba?
Conocer su reacción formaba parte de mi responsabilidad. Yo hacÃa las veces de explorador —a falta de un término más adecuado— en mi familia. Para protegernos. Si alguien empezaba a sospechar alguna vez, yo podÃa advertir con antelación y facilitarnos una retirada sencilla. Alguna vez sucedÃa: algún humano de imaginación inquieta veÃa en nosotros a los personajes de un libro o de una pelÃcula. Por lo general se equivocaban, pero era mejor marcharse a vivir a alguna otra parte que arriesgarse a que investigaran en profundidad. En alguna ocasión rara, extremadamente rara, alguien acertaba con sus fabulaciones. A esos no les dábamos la oportunidad de poner a prueba su hipótesis. DesaparecÃamos, simplemente, para convertirnos en poco más que un terrorÃfico recuerdo.
HacÃa décadas que no sucedÃa algo asÃ.
No oÃa nada, por mucho que aplicara el oÃdo justo al lado del punto donde continuaba manando a borbotones el frÃvolo monólogo interior de Jessica. Era como si no hubiera nadie sentado junto a ella. Qué curioso. ¿Se habÃa movido la chica? No parecÃa probable, ya que Jessica seguÃa soltándole su parloteo. Alcé la mirada y sentà que perdÃa el equilibrio. Tener que comprobar mi «oÃdo» extra… era algo que nunca me veÃa en la obligación de hacer.
Me vi de nuevo anclado a aquellos grandes ojos marrones. Estaba sentada justo en el mismo sitio donde se encontraba antes, y nos estaba mirando; algo natural, supuse, ya que Jessica continuaba deleitándola con los cotilleos del pueblo sobre la familia Cullen.
Pensar en nosotros también serÃa lo natural.
Pero no oÃa ni un susurro.
Un rubor cálido le tiñó las mejillas de manera tentadora cuando bajó la vista y la apartó de la vergonzosa pifia de que te sorprendan mirando con descaro a un desconocido. Que Jasper siguiese mirando por la ventana era algo bueno. No me apetecÃa imaginarme el efecto que aquella acumulación de sangre accesible tendrÃa sobre su capacidad de control.
El rostro de la chica mostraba sus emociones con la misma claridad que si las hubiera expresado en palabras: sorpresa al ir asimilando de forma inconsciente las señales de las sutiles diferencias entre su especie y la mÃa; curiosidad mientras escuchaba las historias que le contaba Jessica; y algo más… ¿Fascinación? No serÃa la primera vez. Éramos guapos para ellos, nuestras presas. Entonces, por último, la vergüenza.
Aun asÃ, aunque sus pensamientos se mostraran con tanta claridad en sus extraños ojos —extraños por la profundidad que habÃa en ellos—, no alcanzaba a oÃr más que silencio procedente del lugar donde ella se encontraba sentada. Solo… silencio.
Me sentà incómodo por un instante.
Jamás me habÃa topado con algo asÃ. ¿Me estarÃa pasando algo? Me sentÃa exactamente igual que siempre. Preocupado, escuché con mayor atención.
De repente, todas esas voces que habÃa estado bloqueando me gritaban en la cabeza.
… pregunto qué música le gustará… podrÃa mencionarle mi nuevo CD, a lo mejor…, pensaba Mike Newton, dos mesas más allá, concentrado en Bella Swan.
FÃjate en cómo la mira. ¿No le basta con tener a la mitad de las chicas del instituto esperando a que a él… Los pensamientos de Eric Yorkie eran cáusticos, y también giraban en torno a la chica.
… qué desagradable. Vamos, ni que fuera famosa o algo… Hasta Edward Cullen la mira fijamente… Lauren Mallory estaba tan celosa que bien podrÃa tener la cara de un tono verde oscuro como el jade. Y Jessica, alardeando de su nueva mejor amiga. Menudo chiste… Los pensamientos de aquella chica continuaban exudando un rencor virulento.
… seguro que eso ya se lo ha preguntado todo el mundo. Pero me gustarÃa charlar con ella. ¿No hay algo más original que pudiera decirle?, musitaba Ashley Dowling.
… a lo mejor está en mi clase de Español…, esperaba June Richardson.
… una montaña de cosas que me quedan por hacer esta noche. TrigonometrÃa y el examen de Lengua. Espero que mamá… Angela Weber, una chica muy callada cuyos pensamientos solÃan ser amables, era la única de la mesa que no estaba obsesionada con aquella tal Bella.
PodÃa escucharlos a todos, cada detalle insignificante que estuvieran pensando, conforme se les pasaba por la cabeza, pero no me llegaba nada procedente de aquella alumna nueva que tenÃa unos ojos tan engañosamente comunicativos.
Y, por supuesto, sà pude oÃr lo que dijo la chica al dirigirse a Jessica. No me hacÃa falta leer la mente para ser capaz de escuchar su voz baja y clara en la otra punta de la larga sala.
—¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —la oà preguntar mientras me lanzaba otra mirada a hurtadillas con el rabillo del ojo y la volvÃa a desviar de inmediato al ver que yo seguÃa observándola.
De haberme dado tiempo a hacerme la ilusión de que su voz me servirÃa para localizar con precisión sus pensamientos, habrÃa sufrido una decepción inmediata. Por lo general, los pensamientos de la gente llegaban a mà con un timbre similar al de su voz fÃsica, pero aquella voz tÃmida y silenciosa no me resultaba conocida, no era la de ninguno de los centenares de pensamientos que rebotaban por la estancia, de eso estaba seguro. Era completamente nueva.
¡Ah, sÃ, buena suerte, idiota!, pensó Jessica antes de responder a la pregunta de la chica.
—Se llama Edward. Es guapÃsimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa —resopló en voz baja.
Volvà la cabeza para ocultar mi sonrisa. Jessica y sus compañeras de clase no tenÃan ni idea de lo afortunadas que eran de que ninguna de ellas me atrajese de un modo particular.
Sentà un impulso extraño por debajo de aquel humor efÃmero, un impulso que no terminaba de comprender con claridad. TenÃa algo que ver con ese deje despiadado de los pensamientos de Jessica que la chica nueva desconocÃa… SentÃa la extraña necesidad de interponerme entre ellas, de proteger a Bella Swan de las oscuras maquinaciones de la mente de Jessica. Qué sensación más rara. Tratando de sacar a la luz las motivaciones que habÃa detrás de ese impulso, examiné una vez más a la chica nueva, ahora a través de los ojos de Jessica. Mi descaro al mirarla ya habÃa llamado mucho la atención.
Quizá no fuese más que un instinto protector enterrado mucho tiempo atrás: el fuerte por el débil. De alguna manera, esta chica parecÃa más frágil que sus nuevos compañeros de clase. TenÃa una piel tan translúcida que resultaba difÃcil creer que pudi