Okoloma era uno de mis mejores amigos de infancia. VivÃa en mi calle y me cuidaba como si fuera mi hermano mayor: si a mà me gustaba un chico, yo le pedÃa opinión a Okoloma. Okoloma era gracioso e inteligente y llevaba botas de vaquero con las punteras picudas. En diciembre de 2005, Okoloma murió en un accidente de aviación en el sur de Nigeria. TodavÃa me cuesta expresar cómo me sentÃ. Okoloma era una persona con la que yo podÃa discutir, reÃrme y hablar de verdad. También fue la primera persona que me llamó «feminista».
Yo tenÃa unos catorce años. Estábamos en su casa, discutiendo, los dos atiborrados del conocimiento a medio digerir de los libros que habÃamos leÃdo. No me acuerdo de qué estábamos debatiendo en concreto. Pero me acuerdo de que, en medio de toda mi diatriba, Okoloma me miró y me dijo:
—¿Sabes que eres una feminista?
No era un cumplido. Me di cuenta por el tono en que lo dijo, el mismo tono con que alguien te podÃa decir: «Tú apoyas el terrorismo».
Yo no sabÃa qué querÃa decir exactamente aquello de «feminista». Pero no querÃa que Okoloma se diera cuenta de que no lo sabÃa. Asà que lo pasé por alto y seguà discutiendo. Lo primero que pensaba hacer nada más llegar a casa era buscar la palabra en el diccionario.
Ahora demos un salto de varios años.
En 2003 escribà una novela titulada La flor púrpura, sobre un hombre que, entre otras cosas, pega a su mujer, y cuya historia no termina demasiado bien. Mientras estaba promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre amable y bienintencionado, me dijo que querÃa darme