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EL PUEBLO
Solo era posible ver el pueblo en toda su extensión si pasabas mucho tiempo en él. Entonces podÃas observar cómo los lÃmites resplandecÃan en los bordes y saber qué significaban esos bordes.
Solo después de haber pasado muchos años en el pueblo era posible advertir la singularidad de ciertos aspectos de las visiones conocidas. Entonces podÃas detenerte al final de una calle tranquila a una hora determinada y desde un ángulo concreto fingir que estabas en otro lugar, pararte delante de la antigua fábrica de gas y, al levantar la vista, creer por un momento que habÃas accedido a uno de esos mundos hipotéticos que existÃan más allá del pueblo.
Cuando estás en ciertos pueblos, el resto del mundo desaparece, de ahà que sea lógico que, para el resto del mundo, algunos pueblos también desaparezcan o sean una fantasÃa, un pueblo fantasma o un punto puramente decorativo en un mapa. Un lugar colocado con recelo por un cartógrafo impaciente por llenar un espacio solitario.
Cuando llegué al pueblo, me puse a buscar una cafeterÃa donde sentarme con regularidad y que me sirviera de punto de encuentro una vez hubiera hecho amigos. Dando vueltas por un centro comercial, escogà una llamada Michel’s Patisserie desde la que se veÃan los Big W. En lo alto de las escaleras mecánicas un hombre vendÃa trapos de cocina e imanes para la nevera con la bandera australiana. Sentado en la cafeterÃa pensé: bueno, es un comienzo. Ya tengo un lugar aceptable donde quedar con la gente que vaya conociendo.
El centro comercial era como los que se ven en todos los pueblos del Central West, y pertenecÃa a una de las dos grandes corporaciones que competÃan por hacerse con la zona. Me tomé mi primer café y pensé en el trayecto que me habÃa llevado hasta allà como una manera de premiar a mi yo anterior, que hacÃa apenas una hora habÃa albergado la vaga sospecha de que no llegarÃa a ninguna parte.
Más tarde deambulé por el centro comercial. Eché un vistazo en Sanity y pensé en los cedés que comprarÃa en cuanto encontrara trabajo. Luego curioseé en Angus & Robertson y tomé nota mentalmente de los libros que comprarÃa, leerÃa y comentarÃa con la gente con la que quedara en la cafeterÃa que daba a los Big W una vez la hubiera conocido. Me compré un pan relleno de queso y beicon en el Bakers Delight y me senté a una mesa de afuera para comérmelo.
La calle mayor del pueblo abarcaba cinco manzanas, a donde iban a parar calles más pequeñas con tiendas a ambos lados. HabÃa soñado con ese pueblo. En mi sueño habÃa un piso en la segunda planta de un edificio de una calle transversal. El piso daba a una gasolinera, y yo estaba sentado en el balcón con una mujer. Fumábamos cigarrillos y bebÃamos jarras de cerveza. Supongo que ese sueño surgió de las veces que habÃa recorrido aquel pueblo en el pasado, a lo largo de la calle mayor, yendo de un pueblo a otro sin detenerme nunca por el camino, ni siquiera para tomar un refrigerio.
Ese sueño no habÃa sido el catalizador de mi llegada al pueblo, pero cuando entré en él aquel dÃa me induje a creer que sÃ. Recuerdo que, para dar solemnidad al momento, pensé que habÃa sido un sueño importante. SabÃa que me engañaba a mà mismo, pero era un engaño inofensivo.
Me instalé en casa de un tal Rob. Me subalquiló una habitación en una casa cercana a la escuela que habÃa visto anunciada en el periódico local. Aunque estaba deseando conocer gente, no tenÃa ningún deseo de saber más sobre Rob, ya que era un entusiasta del deporte. Me preguntó qué equipo seguÃa y respondà que el Australia. De vez en cuando él y sus amigos veÃan algún partido en la sala de estar mientras bebÃan. Intercambian valoraciones serias sobre cada deportista y hablaban de ellos como si los hubieran tratado en la vida real.
Yo le pagaba el alquiler directamente a Rob y él se lo daba a sus padres, que eran los propietarios. Cada semana dejaba en el cajón de la cocina un sobre cerrado en el que ponÃa ALQUILER. En los momentos en que era ineludible tener contacto directo con él, hablábamos de nuestros planes para el fin de semana, aunque fuera un martes. Una vez le comenté que escribÃa un libro sobre los pueblos que estaban desapareciendo en el Central West, la región de Nueva Gales del Sur. Me respondió que se iba a tomar una cerveza.
Rob no mostró ningún interés en mà hasta que una noche regresó tarde a casa después de una gran final y me encontró preparándome la cena en la cocina. Me dijo que le sorprendÃa lo poco que salÃa, y que una gran final era la ocasión perfecta para «socializar». Mentà y le dije que ese dÃa era el aniversario de la muerte de mi padre y que, además, estaba ocupado con mi libro sobre los pueblos que desaparecÃan. Esta vez pareció admirar que intentara escribir un libro y me preguntó si le dejarÃa leerlo. Le respondà que podÃa leerlo cuando quisiera, estuviera terminado o no, porque fluÃa de mi mente a la página en un estado que en ese momento me parecÃa totalmente acabado. No creÃa que necesitara corregirlo siquiera y mucho menos redactar un segundo borrador, porque era un libro muy fácil de escribir. No serÃa una obra maestra, pero funcionarÃa sin duda como libro al uso. Rob dijo que le gustarÃa leer algo en ese mismo instante, de modo que lo llevé a mi habitación, lo senté frente a mi ordenador y le busqué un pasaje que me parecÃa especialmente interesante.
Era sobre el pueblo de Meranburn. Lo habÃa escrito dÃas atrás en un estado de aturdimiento. Mientras lo escribÃa habÃa tenido la sensación de estar sentado con las piernas cruzadas junto a la estación en ruinas de Meranburn. Rob lo leyó y quiso saber dónde estaba, asà que le expliqué que habÃa que hablar de Meranburn en pasado, pues ya no existÃa. Sugirió que entonces era un pueblo fantasma, a lo que respondà que no era lo que él entendÃa por pueblo fantasma. No habÃa sufrido una crisis, ni sus habitantes habÃan acudido a las poblaciones más próximas para buscar trabajo, ni sus edificios se habÃan venido abajo. Meranburn simplemente habÃa desaparecido. De ahà el tÃtulo del libro, dijo Rob, Los pueblos del Central West que desaparecen. No comentó si le habÃa gustado o no el pasaje, solo que de pronto tenÃa curiosidad por el pueblo de Meranburn. Y añadió que en realidad no estaba desapareciendo, ¿no? Ya habÃa desaparecido.
Conseguà trabajo como reponedor en Woolworths. Me compré una grabadora de bolsillo, y me grababa en casa leyendo en voz alta mi libro para escucharme luego mientras colocaba los productos con cuidado en los estantes. Como reponedor no se requerÃa que me comunicara mucho con los clientes, aunque estos a menudo me pedÃan que los ayudara a encontrar un artÃculo en particular, a lo que siempre respondÃa que no sabÃa dónde estaba.
A veces no me sentÃa satisfecho con mi libro al escucharme en el supermercado. QuerÃa que hubiera una sección, un capÃtulo o al menos un pasaje que horrorizara realmente a la gente. QuerÃa que mi escritura estuviera impregnada de algo que llenara de terror a quien lo leyera. QuerÃa que hubiera un único pasaje que reflejara mi vaga no