1
Castillo de Balvenie, Moray, seis meses antes
Bella andaba distraÃda, con la mente extraviada en todo cuanto tenÃa que hacer antes de partir. «¡El broche!» No podÃa olvidarse del broche de los MacDuff para la ceremonia.
No se percató de que el guardia que debÃa estar a la puerta de sus aposentos no estaba hasta que fue demasiado tarde. Un hombre la agarró desde atrás por sorpresa cuando se disponÃa a entrar en la cámara. Sintió el peligro que irradiaba el intruso inmediatamente y su corazón, presa del pánico y el estupor, sufrió un brusco vuelco. Era un hombre grande y fuerte, tan firme como una roca. Mas no se la llevarÃan sin que opusiera resistencia. Bella la emprendió a golpes para liberarse, pero aquello solo sirvió para que el intruso la asiera con más fuerza. También intentó gritar, pero su mano ahogaba cualquier sonido.
—Calmaos —susurró una voz ronca a su oÃdo—. No os haré daño. He venido para llevaros a Scone.
Aquellas palabras atravesaron la bruma del terror y la dejaron paralizada. ¿Scone? Si no partirÃa hacia Scone hasta el dÃa siguiente. Además, los hombres de Robert la recogerÃan en el bosque cuando volviera de la iglesia, no en el castillo.
Mientras intentaba aclarar el malentendido y decidÃa si confiaba en él, su corazón latÃa a toda prisa, y no dejó de ser consciente ni por un instante de la férrea fuerza con que apretaba su pecho aquel brazo revestido de cuero. ¡Por Dios bendito, ese bruto podrÃa partirla en dos solo con estrecharla con fuerza!
Permanecieron asà sin moverse en aquella penumbra durante un minuto, mientras él esperaba a que sus palabras surtieran efecto.
—¿Lo habéis entendido?
Aquella voz bronca no la convencÃa en absoluto, pero ¿qué otra opción tenÃa? Su mano le tapaba la boca con tal fuerza que no podÃa respirar. Aparte de que ya podrÃa haberla matado si esa fuera su intención. Una vez asimilado ese pensamiento tan consolador, Bella asintió y él la soltó lenta y cautelosamente. En cuanto pudo recobrar el aliento se volvió hacia él llena de rabia e indignación.
—¿Qué significa esto? ¿Quién...?
Bella se quedó sobrecogida al verlo. Era prácticamente de noche y entraba poca luz por la ventana de la torre, pero la suficiente para saber que sus temores no eran infundados. No era el tipo de hombre con el que una mujer querrÃa estar a solas en la oscuridad, ni tan siquiera a la luz del dÃa, asà que el corazón se le encogió de nuevo. Santo Dios, ¿serÃa posible que Robert enviara a ese hombre? ParecÃa hecho para la intimidación: alto, de hombros anchos y muy musculoso. Un poderoso guerrero de los pies a la cabeza: fuerte, macizo, mortÃfero.
Pero no se trataba de un caballero. Eso lo supo con solo mirarlo. TenÃa el aspecto de un hombre nacido para combatir, pero no montado en un corcel blanco con su reluciente armadura, sino como un bruto al que le gustara pelear en el barro. ParecÃa llevar armas suficientes para equipar a un pequeño ejército, y entre ellas destacaban las empuñaduras de dos espadas que portaba a la espalda. Apenas vestÃa con coraza, solo un cotun de cuero negro y unos botines ribeteados de acero. Su cota de malla se unÃa en el cuello a una renegrida cofia asimismo de malla, que lo protegÃa.
Pero fueron sus ojos los que la paralizaron. Eran de un color tan penetrante que parecÃan brillar en la oscuridad y relucÃan con una intensidad anormal bajo el horrendo nasal de acero. Jamás habÃa visto ojos como aquellos. Un escalofrÃo le recorrió la espalda y se expandió sobre ella como una pátina de hielo. «Ojos de gato», pensó. Ojos de gato salvaje, de una intensidad escalofriante y una ferocidad depredadora innegable.
—Lachlan MacRuairi —dijo, respondiendo la pregunta que Bella no habÃa acabado de formular—. Siento sorprenderos, condesa, pero era inevitable. No tenemos mucho tiempo.
Por segunda vez en aquella noche Bella se quedaba sin palabras a causa del asombro. ¿Lachlan MacRuairi? Abrió los ojos ante la sorpresa. ¿Ese era el hombre que Robert habÃa mandado para escoltarla a salvo hasta Scone? ¿Un mercenario? Y no cualquier mercenario, sino un hombre cuyas proezas en las islas Occidentales lo convertÃan en el asesino a sueldo más famoso de Escocia, el mayor azote de los mares en el reino de los piratas. Estaba claro que tenÃa que haber un error. Lachlan MacRuairi venderÃa a su madre al mejor postor, si pudiera encontrarse a una madre que lo reclamara como hijo. Era un bastardo en todo, excepto por su sangre, heredera de uno de los mayores señorÃos de las islas Occidentales. Aunque Christina de las Islas, su hermanastra legÃtima, hubiera recibido las tierras, él seguÃa siendo el jefe titular del clan. Sin embargo, habÃa ignorado sus obligaciones y responsabilidades, abandonando a sus compañeros de clan para perseguir sus propios fines. Era un villano despiadado como jamás hubo otro y se rumoreaba que habÃa asesinado a su propia esposa.
Bella no podÃa creerlo. No podÃa creer que con todo lo que ella arriesgaba Robert mandara a ese... ese... ¡Pero si no era más que un bellaco!
Se esforzó por ver en la oscuridad y captar los detalles que habÃa pasado por alto. ¡Por todos los santos, solo bastaba mirarlo! Incluso tenÃa el aspecto de un bandido. ApostarÃa a que sus barbas no habÃan visto la sombra de una cuchilla en una semana. Una fina cicatriz le recorrÃa la parte inferior de la mejilla, y su mirada era tan acerada y cortante que rajarÃa hasta las rocas. Bajo el yelmo, su pelo negro caÃa en gruesos mechones desgreñados que le llegaban hasta la barbilla. La parte de la cara que veÃa parecÃa cincelada a partir de un bloque de duro y frÃo granito. Bella se percató, no sin sorpresa, de que su mirada sibilina, la mandÃbula afilada, los pómulos marcados y su ancha boca podrÃan pasa