Acabo de salir de Encuentros VIP. Son las seis y cuarto de la mañana, esta noche me he dejado llevar demasiado. No recuerdo la cantidad de chicos con los que he tenido sexo durante las últimas cinco horas. También chicas, sÃ: dos, preciosas, divinas. Mi acompañante hace ya rato que se fue a casa. TenÃa que trabajar y me dijo que estaba cansado. Comprendo que hay dÃas en que es difÃcil seguirme el ritmo. Me abrocho el abrigo, el frÃo de la calle acaricia mi piel con tanta delicadeza como antes lo han hecho decenas de manos.
Caminando por la calle, en el silencio de la madrugada, tengo tiempo de pensar en cómo me siento: por un lado, plena de energÃa, como si en lugar de gastar la mÃa hubiese absorbido la de mis ocasionales compañeros. Por otro, sucia, todavÃa no he conseguido deshacerme de esa sensación. El metro acaba de abrir. Avanzo por la calle medio desierta y el retrovisor de un coche aparcado en la acera me devuelve mi reflejo. Me observo, me escudriño, intento recordar a esa yo tan diferente de hace un año tan solo. Esa persona que hoy no me habrÃa reconocido.
Me llamo Zoe. Antes era una chica «normal», ahora, por lo visto, soy swinger.
UN AÑO ANTES
Tiene un culo perfecto. No solo es el amor de mi vida, sino que además tiene un culo perfecto. Dicen que el domingo es el dÃa más aburrido de la semana, pero a mà me encanta: es el único que puedo disfrutar entero con mi chico. Llevamos ya diez años pero con nuestros horarios, si sumamos los momentos que pasamos juntos, nuestra relación no pasarÃa de tres meses. Quizá es por eso que tenemos la ilusión del que todavÃa está empezando.
Javi gira la cabeza, parece como si hubiera notado mis pupilas clavadas en sus nalgas y, con esa mirada que solo él tiene y que siempre me desarma, me sonrÃe. Está desnudo de cintura para arriba, y yo, medio dormida y hecha un bicho bola con el edredón, lo contemplo embobada desde la cama. No tiene un cuerpo espectacular, pero es mi chico y a mà me parece el tÃo más atractivo del mundo.
—¡Buenos dÃas, cariño! —Se acerca y sus labios acarician mi frente—. ¿Qué tal has dormido?
—De maravilla —contesto estirándome como si fuera a desmembrarme—. ¿Y tú?
—Yo también, pero no demasiado. No querÃa perderme el precioso espectáculo que es verte durmiendo a mi lado —me dice, zalamero. Este quiere algo.
—Anda, eso se lo dirás a todas. PodrÃas inventarte algo más original conmigo —contesto bromeando.
—Pero ¡no a todas les traigo el desayuno! —Y, como por arte de magia, desliza una bandeja con café recién hecho, zumo de naranja y mis cruasanes favoritos de la pastelerÃa de abajo. Decididamente, quiere algo.
—Pero ¿cuándo te has levantado, si no me he dado ni cuenta?
—Pues ya ves, los pesados del grupo de baloncesto, que no paraban de mandar wasaps porque les faltaba uno a última hora para jugar. Que les ha fallado Carlos. Seguro que salió anoche, como siempre, y se ha quedado dormido. Ya les he dicho que se busquen a otro, que hoy estoy con mi churri —dice con la boca pequeña. Ya sé lo que quiere.
—¿Y ya han encontrado a alguien? —No sé ni para qué pregunto si ya conozco la respuesta.
—Qué va, lo llevan crudo. ¿A quién se le ocurre montar un partido un domingo por la mañana?
—¡Ay, pobres! Oye, si quieres ir a jugar, no pasa nada. De verdad. Pero no te puedes quedar a las cervezas, ¿eh? —le digo mientras pienso que soy una santa.
—No, paso, que para un dÃa que podemos estar juntos, sin nadie que nos moleste… —farfulla todavÃa con menos convicción que antes.
—De verdad, que no me importa, yo aprovecho y me veo un capÃtulo de Breaking Bad, que como nunca me esperas, me llevas ya tres de adelanto. Pero te vienes nada más terminar, ¿vale?
—Ummm…, bueno, lo haré por estos, que me dan pena. —Sus ojos se han iluminado de repente.
—SÃ, por estos y por ti, que hace ya dos semanas que no juegas y tienes un mono de baloncesto… Eso sÃ, no gastes muchas energÃas, que luego te voy a dar cañita de la buena —le digo riendo.
—¡Uy, entonces me voy a mover menos que los ojos de Espinete! Pero ¿hoy no tenemos que ir a comer a casa de tus padres?
—Hoy no. Hoy te libras. Y hasta te dejo ir a jugar. Si es que claro, me traes el desayuno a la cama y me ablando… Pero ¡no te acostumbres!
—¡Pues salgo corriendo, que ya no llego! —Su cara es la de un niño al que le han dado permiso para salir al recreo.
—Si es que sabÃas que te iba a decir que sÃ. Me conoces demasiado.
—Y tú a mÃ…, y tú a mÃ.
Me regala un beso delicado y comienza a ponerse la ropa. Me encanta verlo vestirse, casi tanto como desvestirse. Cuando termina, me guiña un ojo desde la puerta y se marcha con su mochila al hombro a echar su partido de baloncesto. ¡Son tan simples! A veces pienso que nuestro perrito Genaro y él no se diferencian demasiado: son felices con un poco de comida, una pelotita tras la que correr y de vez en cuando a menear la cola.
Empiezo a desayunar mientras escucho Band Of Horses en el ordenador. Es mi momento del dÃa y, sin embargo, soy tan gilipollas que ya echo de menos a Javi. ¡Mierda! Suena el teléfono. Y no es el móvil, que lo tengo apagado para que nadie me moleste. Es el fijo, por lo que no puede ser otra que la pesada de mi madre.
—¡Hola, cariño, buenos dÃas! ¿Qué tal has amanecido? —me dice con su voz chillona.
—Hola, mamá… pues bien. —Hasta que llamaste tú—. AquÃ, desayunando.
—Tan tranquilita con Javier, ¿no? ¿Por qué no venÃs luego a comer?
—Pero si ya te he dicho que no, que este finde lo querÃamos entero para nosotros…
—Pero es que vienen todos tus hermanos y tú vas a ser la única que no estés… —Mi madre, como todas las madres, es una especialista en el chantaje emocional.
—Que no, mamá, que vamos todos los domingos. Por uno que no vayamos no pasa nada. Que al pobre Javi lo tengo hartito.
—Pero si voy a preparar cocido, que sabes que le encanta.
—Que no, mamá, no insistas —añado firmeza al tono para dar por zanjada la cuestión.
—Está bien. Oye, dile a Javier que se ponga, que le quiere preguntar Miguel una cosa del ordenador.
—No está ahora, se acaba de ir a jugar al baloncesto.
—Hija, no te entiendo, o sea que no vienes para estar con él y se va a jugar con sus amigos. Tiene un vicio que no veas con el deporte ese. Yo creo que le consientes demasiado. —Ahà lleva razón.
—Y a ti, mamá. A ti sà que te consiento demasiado. Venga, un beso, que estoy desayunando. Dales recuerdos a todos.
—Está bien, hija mÃa, un beso, anda. Que siempre parece que molestamos. —Otra vez chantaje emocional. Si no, no serÃa ella.
—Un beso.
Vuelve la paz. Mi madre tiene una maravillosa capacidad para conseguir crisparme incluso cuando, como ahora, más tranqui